La Catedral Metafísica
“…infinite notes on an infinite scale,
each one uniquely divine,
the oak, the lily, the whale…
…the supreme art of creation,
in its oneness,
the most sublime of all melodies,
in the grandest symphony…
…Love…
God!”
Introducción
Este ensayo tiene
como propósito la creación de una construcción metafísica que responda, o por
lo menos ofrezca una alternativa a tres de las grandes preguntas filosóficas:
-¿Qué es el
hombre?
-¿Qué puedo
conocer?
-¿Cómo debo
actuar?
El hombre, en su cualidad
de ser libre y consciente, tiene la oportunidad de decidir en qué mundo vivir,
de crear su propia realidad y de actuar en consecuencia con ella. Las ideas que
aquí serán expuestas no intentan convencer a nadie, sino simplemente ofrecer la
posibilidad de creer en algo, en lo que aunque solo sea por bello, valga la
pena creer.
Vivimos en un
mundo dominado por la información, en el que tenemos acceso a ella de forma
gratuita y casi inmediata. Ya no es solo que el conocimiento precedente esté,
en una imagen muy platónica, inscrito en una tablilla de cera en nuestra alma,
sino que podemos refrescarlo a placer. Por lo tanto, adoptando una actitud
filosófica puramente ecléctica, pasaremos por, en orden cronológico: los
atomistas, Socrates, Platón, Descartes, Spinoza y Kant. La razón de adoptar
esta actitud es la certeza de que nunca nadie tiene toda la razón, y a veces
todos la tienen, por lo que suele ser sabía decisión escuchar a todos, e
incorporar todo aquello que a uno pueda interesar o inspirar en una construcción
que pretende utilizar diferentes ingredientes para poder así alcanzar el sabor
deseado.
Por contentar a
todos, se buscará responder a las cuestiones desde un punto de vista empírico
así como desde un punto de vista racional. Intentando hacer uso de todas las
herramientas posibles que el ser humano ha diseñado con vistas a intentar
acercarse a la verdad. No cabe duda de que a lo largo del texto pudieran filtrarse
las preferencias del autor. Sin embargo, existe por parte de éste, una clara
intención de utilizar todo lenguaje filosófico posible para poder así captar la
atención tanto del escéptico como del dogmático, y de todos aquellos que se
encuentren en algún punto intermedio.
Así pues, con los
ingredientes extendidos en la mesa, el cuchillo afilado, la olla preparada, el
fuego encendido y el delantal bien atado; procedamos a cocinar este nuestro
puchero metafísico que una vez concluido, esperemos sea del agrado de aquél que
lo pruebe.
El
átomo
En griego antiguo
la palabra átomo quiere decir indivisible. El universo está compuesto de un
número infinito de átomos y de vacío. Estos son la unidad indivisible más
pequeña a la que tiene acceso la capacidad cognoscitiva del hombre. Así lo
expresaron los atomistas en la Grecia antigua. Citando a Demócrito:
“Principios
de todas las cosas son los átomos y el vacio; todas las otras cosas son
opiniones. Las cualidades son por convención, pero por naturaleza sólo hay
átomos y vacio”.
Gracias a los
avances sobre todo en los instrumentos, hemos aprendido mucho acerca del átomo
en los últimos siglos. A día de hoy, sería cuestionable denominarlos unidad, ya
que se sabe que están formados por más de un elemento. También sería, cuanto
menos cuestionable, decir que son indivisibles, ya que la fisura nuclear se ha
llevado a cabo con nefastas consecuencias para la humanidad. Sin embargo, y
dada la naturaleza destructiva de la fisura del núcleo de un átomo, para
nuestra construcción metafísica partiremos de la base de que los átomos son
indivisibles.
Como humanos, aprendemos
que no debemos poner la mano en el fuego porque este nos quema. A menudo en la
existencia, la naturaleza nos enseña de tal forma. La enorme y desproporcionada
capacidad destructiva de la fisura nuclear es una clara indicación de que no debiera
realizarse. Cierto es, que esta energía puede ser usada para fines no
destructivos, sin embargo la creación de basura tóxica, más que nociva para el
medio ambiente, servirá como indicación de que no deberíamos llevarla a cabo ni
tan siquiera por fines creativos. Por lo tanto, seguiremos refiriéndonos al
átomo como la unidad indivisible más pequeña a la que tiene acceso la capacidad
cognoscitiva del hombre.
Pasemos ahora a
describir, de forma breve y clara, al átomo, tal y como lo conocemos en el
s.XXI. El átomo está compuesto de un núcleo en el que se hallan los neutrones y
los protones; y de un número limitado de electrones que orbitan al núcleo. Los
neutrones como su nombre bien indica son neutros, los protones tienen carga positiva
y los electrones negativa. Todo átomo tiende al equilibrio, es decir, todo
átomo es o busca ser neutro. En caso de no serlo interactúa de forma
electromagnética compartiendo sus electrones con átomos circundantes, formando
así las diferentes moléculas que darán lugar a las diferentes materias.
Está búsqueda de
neutralidad la vamos a llamar equilibrio. En el universo hay un sinfín de
dualidades; el frio y el calor, el día y la noche, la alegría y el sufrimiento,
el bien y el mal… La filosofía oriental tiene claro que todo necesita de su
opuesto para existir. No sería posible la concepción del día sin la noche.
Entienden la existencia como una continua búsqueda de equilibrio entre
opuestos, de ahí la teoría del karma. Por lo tanto, si concebimos el universo
como armónico, y hasta los más fervientes creyentes en la teoría del caos así
lo hacen, lo es debido al equilibrio que reina entre todas estas dualidades.
Por eso es tan sugerente el hecho de que las diferentes materias, las
diferentes moléculas; surjan como producto de la búsqueda de la neutralidad, la
búsqueda del equilibrio; algo natural en el átomo.
El átomo es
también la fuente de la energía, el principio de vida, la substancia única que
a través de la asociación con sus semejantes forma las diferentes materias,
expresiones todas ellas de una misma cosa, de una misma esencia.
Ya en la antigua
Grecia, Heráclito de Éfeso dijo:
“Este
cosmos [el mismo de todos] no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que
siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue
según medida.”
Deducimos, y
partiremos de la base, que de la nada, nada puede surgir. Que la energía no
puede ser creada sino que tan sólo puede ser transferida de A, a B. La energía
de los átomos es eterna, siempre ha sido y siempre será. Simplemente se asocia
de manera que adquiere formas dispares: de átomos a moléculas, de moléculas a
materia, de materia a las diferentes y maravillosas expresiones de lo mismo. Esta
energía única, que se expresa de diferentes maneras y que abarca el total del
universo, el todo, es lo que denominaremos la Creación; Dios.
Llegados a este
punto, se podrá criticar el uso de la palabra Creación tras establecer que el
universo no fue creado, sino que es eterno. Se trata simplemente de una
licencia literaria que el autor se ha permitido, ya que el adoptar un tono
académico en el discurso, cree éste, no tiene por que excluir a la belleza en la
forma. El uso de la palabra Creación a lo largo del texto siempre será sinónimo
del todo, de Dios.
Substancia,
atributo y modo
Descartes
describió la substancia como aquello
que existe de tal modo que no precisa de ninguna otra cosa para existir. Cree
que solo Dios es verdaderamente substancia; no necesita real y verdaderamente
nada más que existir, ya que su esencia implica su existencia. Pero son también
substancias finitas la substancia extensa y la substancia pensante, las cuales
reciben de Dios la causa última de su existencia. La substancia pensante es el
hombre. Partiendo de la evidencia de que piensa luego existe, Descartes describe
al hombre como un sujeto pensante. La substancia extensa es el universo.
Descartes lo describe como un reloj, un mecanismo perfecto creado por Dios que
funciona por sí solo. La substancia infinita es Dios, la única que es
verdaderamente substancia.
Después distingue
entre substancia, atributo y modo. La substancia ya la hemos definido. El
atributo es la cualidad esencial de la substancia, aquello por lo que se define
y se diferencia del resto. El modo es la condición circunstancial de los
objetos, determinaciones accidentales expuestas al cambio, la forma más
inmediata en que se nos presentan.
Utiliza para
explicarlo su metáfora de la cera, la cual es muy bonita y sugerente. Coge un
trozo de cera, lo toca, lo huele, lo ve, lo siente, lo golpea y escucha el
sonido que produce; a raíz de todo ello saca una serie de conclusiones sobre
qué es ese trozo de cera. A continuación expone el trozo de cera al fuego, la
cera se derrite, pierde todas las cualidades sensitivas que habían ayudado a
Descartes a llegar a las conclusiones que la definían como objeto. De repente,
tiene un tacto distinto, se torna liquida, no hace ruido al ser golpeada, huele
diferente, tiene un aspecto diferente. ¿Sigue siendo cera, la misma cera? Sí,
responde Descartes, ya que lo que cambia es el modo, pero no el atributo.
En una
esquematización cartesiana ese trozo de cera sería:
-Substancia
extensa; parte del universo extenso, mecánico, creado por Dios.
-Atributo, la
cera; aquello por lo que se define y se diferencia del resto de la substancia
extensa.
-Modo, liquida o
solida; su condición circunstancial, determinada accidentalmente por el calor
aplicado, o no, a la cera.
El
panteísmo, Baruch Spinoza
“Deus sive natura”
Spinoza se educó
en la tradición racionalista cartesiana. Sin embargo, introdujo algunos cambios
en su construcción metafísica que alegraron mucho al autor desta, al ser leídos
y escuchados por primera vez, ya que son muy afines al fundamento de la
construcción que aquí se está desarrollando. Redujo las tres substancias diferenciadas
por la tradición cartesiana a una sola, la
substancia divina infinita. Esta ha sido identificada bien con Dios, bien
con la naturaleza, aunque Spinoza no reparó en esta diferencia ya que para él
eran una misma cosa.
Por lo tanto la Creación
es para Spinoza, equivalente a Dios; es Dios. Es causa de sí misma y a la vez
de todas las cosas. Existe por sí misma y es productora de toda la realidad. La
substancia extensa desciende en la jerarquía cartesiana a atributo y las cosas
a su vez descienden a modo. La substancia pensante se convierte en el atributo
pensamiento, y las ideas se convierten en modos de Dios contenidas en el
atributo pensamiento. Las cosas o modos son naturaleza naturada, mientras que
la única substancia o Dios es naturaleza naturante. Las cosas o modos
son finitas, mientras que Dios es de naturaleza infinita y existencia necesaria
y eterna.
Sus detractores
pueden achacar sus a ideas una simplificación excesiva para superar los
problemas en el ámbito de la teoría del conocimiento que presenta el
racionalismo cartesiano. Sin embargo, la intención deste ensayo es la de no
caer en el cinismo, por lo que achacaremos las ideas de Spinoza a su religión judía,
la cual le permitió mayor libertad de pensamiento, y ¿por qué no?, a un momento
de lucidez y brillantez derivado de su implicación e integridad para con la
filosofía.
Surgirán a lo
largo del camino numerosas ocasiones en las que entraremos en conflicto con
algunas de las ideas y construcciones del judío holandés, sobre todo en cuanto
a lo que su determinismo y su monismo se refieren. Sin embargo, y dada la
actitud ecléctica adoptada, no tiene por qué afectar la coherencia de este
nuestro discurso.
Dios,
el fundamento de la Catedral
Recreémonos ahora
en un ejercicio retrospectivo. Hemos argumentado el panteísmo a través de dos
vías muy diferenciadas, se podría decir que opuestas. La vía empírica, a través
del atomismo; y la vía racional, a través de Spinoza.
El que quiera
tildar al autor de promiscuo ideológico, adelante, ahora es el momento. Se ha
buscado contentar al máximo número de personas de que la posibilidad de que
Dios es todo, supone, como mínimo, un argumento factible y lícito. Descartes
construyó su edificio metafísico sobre la evidencia de Dios, un Dios que deriva
de la idea de la perfección. Nosotros construimos nuestra catedral metafísica
sobre el fundamento de que Dios todo lo abarca, de que no existe sino Dios, en
diferentes atributos o formas pero de una misma esencia divina. Si alguien
busca paralizar esta construcción, solo tiene que refutar esta idea, y esta
nuestra catedral se derrumbará inmediatamente ante sus ojos. Nihilistas,
escépticos, cínicos, ateos y agnósticos, adelante; no será el autor quien os lo
impida. Es una cualidad del hombre, cuanto menos curiosa, la de disfrutar casi
más de la destrucción que de la creación. Por lo tanto si fuere a servir este
ensayo para el disfrute destructivo de alguien, bienvenido sea.
La
regeneración de las células y el genio maligno
Estudios
científicos demuestran que en un espacio de siete años, todas las células del
cuerpo, exceptuando las neuronas, se mueren y se regeneran. Esto quiere decir
que algo que creemos conocemos tan bien
como nuestro cuerpo físico, es otro completamente diferente al que conocimos
hace siete años. Por lo tanto, cuando vemos a una persona que hace más de siete
años que no vemos, vemos a una persona totalmente diferente. ¿O no? Desde una
visión empirista, solo podemos conocer a través de los sentidos; la
sensibilidad es el límite y el origen del conocimiento. Toda idea que no se
corresponda con la experiencia es superflua, luego la persona que conocimos
hace siete años es otra totalmente distinta a la que conocemos hoy. Cuán
engañados hemos vivido todo este tiempo al creer que nuestras madres son las mismas
que nos dieron a luz. Siguiendo este razonamiento, el autor ya va por su cuarta
madre, ¡menos mal que decían que madre no hay más que una!
Desde un punto de
vista estrictamente racionalista, nos daría exactamente igual, ya que solo
conocemos a las personas a través de la razón, intelectualmente. El cuerpo de
nuestra madre no es más que una representación de la idea della. Una
representación de la que no debemos fiarnos, ya que los sentidos nos juegan
malas pasadas. No conocemos a nuestra madre, conocemos la idea della. Ese
vientre que nos vio nacer y crecer para luego expulsarnos al mundo puede que no
sea más que una ilusión, un engaño de algún genio maligno que pulula por ahí.
¡No señores, no!
En esta nuestra Catedral, reina la tolerancia. Por lo que no vamos a despreciar
la experiencia, ni tampoco haremos lo propio con la razón. Ponderaremos ambas y
buscaremos valorarlas en su justa medida. Inspirados por la Creación buscaremos
el equilibrio. Ese equilibrio que es capaz de crear nuevas materias de una
misma y única esencia, ese equilibrio que nos permite disfrutar de la puesta
del sol y de la salida de la luna simultáneamente en los días en que esta
última aparece llena, en plenitud.
Eso sí, crearemos
un jerarquía de prioridades en cuanto a lo que la búsqueda del conocimiento y
la Verdad se refiere. Intentaremos llegar a las ideas universales, las
imperecederas, aquellas que teniendo en cuenta los límites del conocimiento
humano, más se acerquen a explicar los intrincados misterios de la Creación.
Platón
y el mundo de las ideas
“-
Me parece que si hay algo bello distinto de lo bello en sí, no será bello por
ninguna otra causa, sino porque participa de aquella belleza. Y lo mismo digo
de todo lo demás. ¿Admites este tipo de causa? - Lo admito - contestó.
- Por tanto - prosiguió - ya no admito ni puedo
reconocer las otras causas, esas tan sabias. Luego, si alguien afirma que
cualquier cosa es bella, o porque tiene un color atractivo o una forma o
cualquier cosa de ese estilo, mando a paseo todas las explicaciones - pues me
confundo con todas las demás - y me atengo sencilla, simple y, quizás,
ingenuamente a mi parecer: que no la hace bella ninguna otra cosa sino la
presencia o comunidad o cualquier modo de producirse de aquella belleza. Esto
ya no lo aseguro con firmeza, pero sí que todas las cosas bellas lo son por la
belleza.”
PLATÓN, Fedón,
100c-d
Las ideas deben ser universales, imperecederas,
incorruptibles. En el mundo físico solo podemos encontrar representaciones
imperfectas de las mismas, por lo tanto debemos elevarnos a ese mundo
inteligible del que tanto habla Platón, para así poder verlas, conocerlas. Ese
es el deber del filósofo, intentar acercarse a la Verdad eterna. La realidad
visual, física, solo debe servirnos de estimulo para poder elevar nuestras
almas al mundo de las ideas. No nos servirá pues el describir aquello que es
cambiante y perecedero, sino que buscaremos la idea inteligible de la cual las
cosas participan. Para describir los fenómenos físicos de forma empírica ya
está la ciencia, con sus muchas diversificaciones. Nosotros no buscamos la
verdad empírica sino la construcción metafísica.
El problema con los métodos, tanto el inductivo,
como el deductivo, que tan de moda están a día de hoy, y que parecen
monopolizar el conocimiento legítimo; es que solo son ciertos hasta que se
demuestre lo contrario. Es decir, uno observa un fenómeno y de eso saca una
conclusión, método inductivo; o yo planteo una hipótesis y la refuto con la
experiencia, método deductivo. El problema es que las “verdades” obtenidas a
través de este método, lo son solo hasta que la hipótesis es refutada. Para los
fenómenos del mundo físico parecen funcionar bien, ya que el universo parece
estar regido por una serie de leyes físicas. De todas formas, aunque cueste de creer,
el método científico empírico ofrece dudas también.
Para cualquier fenómeno observado por un científico,
éste puede crear una serie muy numerosa de hipótesis que tras ser refutadas con
la experiencia, son válidas. Por lo tanto, ¿cuál debe escoger el científico? La
más bella, dice Einstein; la más simple, dicen otros. Parece ser que el método
científico empírico no es tan riguroso como algunos quieren creer.
El método que usaremos pues en busca de nuestras Verdades
metafísicas será el de intentar encontrar las ideas puras, aquellas de las que
las cosas participan en el mundo visible. No diremos pues que una mujer es
bella por tener tal o cual atributo. O porque hayamos hecho una encuesta y el
93% de los encuestados así lo piensen, sino porque participa de una idea
inteligible que es la belleza. Utilizaremos la mayéutica socrática, es decir,
ir esculpiendo de las cosas todo aquello que es superfluo, para así llegar a la
esencia, redescubrir la verdad. En nuestra catedral buscaremos ascender al
mundo de las ideas, las observaremos y conoceremos, para luego descender y
aplicar lo aprendido a nuestra realidad imperfecta.
La
dualidad cuerpo-alma
“El
cuerpo es una prisión para el alma” – Sócrates
Hemos
establecido, utilizando esa palabra que tanto gusta en nuestra Catedral, un
equilibrio entre lo físico y lo metafísico. Todo aquello que es físico no es
más que una expresión de lo metafísico y viceversa, ya que están
irremediablemente unidos y es todo parte de esa única, substancia divina
infinita. No obstante, lo metafísico es imperecedero, universal y eterno,
mientras que lo físico es cambiante, particular y mortal. Por lo tanto, nos
centraremos más en el alma que en el cuerpo.
El alma es
aquello no material que delimita al yo, separándolo así del resto de la Creación.
Es aquello que captura la substancia divina infinita y la separa, de forma
ilusoria, creando una dualidad, dándole al individuo consciencia, identidad y
personalidad. Tras la muerte el alma se diluye de nuevo en Dios. Es el alma,
mortal y finita, sin embargo en una preciosa paradoja, está formada por
substancia divina y eterna. En el alma hallamos todo aquello que es inmaterial
y trascendente, que pertenece al hombre de forma individual y personal, pero
que a la vez tiene la capacidad de ser común a todos ellos. El conocimiento, el
amor, la sabiduría, la belleza, la compasión, el dolor… son todos ellos
atributos de Dios que se encuentran en el alma en su versión pura, y que sólo
pueden ser encontrados en el mundo físico de manera imperfecta.
El cuerpo es un
instrumento del alma, o una cárcel, visto desde un punto de vista socrático.
Socrates defendía que el cuerpo y el alma procedían de orígenes diferentes, el
alma tenía un origen divino y el cuerpo terrenal. Nuestro panteísmo no nos
permite hacer tal distinción, ya que todo son expresiones de una misma cosa.
Nosotros diremos que el cuerpo es la expresión física y terrenal de lo divino.
Por ser terrenal, es en el cuerpo donde hallaremos los deseos carnales,
aquellos que Sócrates creía que enturbiaban al alma. El cuerpo tiene hambre de
comida, el alma lo tiene de sabiduría; el cuerpo tiene sexo, el alma hace el
amor; el cuerpo ve, el alma conoce.
La expresión
física de Dios, el cuerpo o la naturaleza, es de una forma determinada.
Funciona bajo una serie de leyes físicas, es cambiante y perecedero. Las
posibilidades para el cambio son limitadas y están relativamente fuera de
nuestro control. La expresión metafísica de Dios, el alma, el cosmos, son mucho
más flexibles, están llenos de posibilidades, son amorfos, no están delimitados
de forma alguna. Toda creación humana no introspectiva, se expresa con mayor o menor exactitud de
forma física. Ni tan siquiera el más virtuoso de todos los artistas puede
representarla a la perfección. Los hay que se acercan tanto que lo rozan, pero
solo la Creación pude ser una expresión perfecta de lo divino. El arte de Dios
es la naturaleza. El hombre en su limitación, puede acercarse a Dios a través
del arte, pero nunca podrá su creación ser tan bella, ni tan terrible, ni tan
mágica. Sin embargo, el alma tiene la posibilidad no solo de tocar a Dios, sino
de verlo, amarlo, y de convertirse en él. Tal es el poder del alma humana.
Sobre
la NO inmortalidad del Individuo
El alma es
principio de vida. Una vez muerto, el cuerpo tarda tiempo en desintegrarse, y
el pelo aún crece, sin embargo la vida está ausente. Por lo tanto, es razonable
pensar que el principio de vida está en el alma, que el cuerpo puede ser sin
alma pero tan solo muerto. Tras la muerte el alma se funde en el todo, cesa de
existir el Yo, nuestra identidad sobrevive tan solo en la memoria de aquellos
que nos hayan conocido, pero está irremediablemente condenada al olvido, más tarde
o más temprano. Aquel que busque la eternidad del Yo que busque en otra parte, ya
que en esta Catedral no la encontrará. El hombre, en su cualidad de atributo de
Dios es eterno, pero solo puede serlo en vida; nunca tras la muerte.
“Se nos ofrece la
posibilidad de ser eternos durante la vida, pero nunca tras la muerte”. El asesor de marketing de nuestro proyecto,
ruega al autor que destierre esta idea de la catedral. -“No la comprarán”,
dice. Dejen, al autor explicarse, y luego emitan sus juicios. La vida del
hombre es un chispazo en la eternidad – “No va usted por buen camino, acaso no
tiene ni la más mínima noción de publicidad”, se le oye gritar encolerizado.
Por no sufrir más interrupciones mandaremos al asesor de marketing a por café,
con la esperanza de que no encuentre el camino de vuelta.
Prosigamos. Decía
que la vida del hombre es un chispazo en la eternidad, de hecho, si el universo
es eterno, no puede tener concepción del tiempo. El hombre es caduco, por lo
que ha aprendido a medirlo, y vive en una realidad delimitada por el espacio y
el tiempo. Si comparamos la vida del hombre con la del planeta Tierra, haciendo
uso de un referente caduco, la existencia humana es un chispazo.
Sin embargo es un
chispazo que da para mucho, ya que es un chispazo consciente. Se nos ofrece la
posibilidad, dentro de nuestras limitaciones, de entender y alcanzar la
sabiduría. Uno de los conceptos más poderosos que puede alcanzar nuestra alma
es el de algo que llamaremos pertenecencia,
del inglés “belonging”, ser parte de.
La ola, al chocar
con la orilla puede pensar que es una, individual, separada del océano.
Nosotros al contemplarlo somos conscientes de que esa ola pertenece a una
entidad mayor que es su océano; es tan solo una expresión del movimiento de las
mareas, pero no puede existir más que en él siendo; luego no es individual,
forma parte dél. Si las células pensasen, quién sabe, tal vez lo hagan; una
célula de nuestra uña podría pensar que es un ente individual e independiente. Sin
embargo nosotros sabemos que no es más que una célula que forma parte de
nuestra uña, ésta a su vez forma parte de nuestro dedo, éste de nuestra mano y
nuestra mano de nuestro cuerpo.
Lo mismo exactamente
pasa con el hombre y la Creación. De ahí que utilizase el término ilusorio al
referirme a cómo el alma nos separa del resto della. Por lo tanto, si pertenecemos
a la Creación, que es eterna, eternos somos nosotros también. Este sentimiento
de pertenecencia es uno de los sentimientos más embriagadores, maravillosos y
poderosos a los que tiene acceso el alma del hombre. Pertenecer, es ser Dios.
Por lo tanto, el
hombre puede ser eterno en vida pero nunca tras la muerte. En esta catedral se
valora lo que el yo puede hacer por el todo, pero el yo no es más que un
experimento divino, ha habido muchos yos, y habrá muchos más. El hecho de que
solo podamos ser eternos en vida, da mucho más peso a la misma y eleva el
concepto de eternidad. En definitiva, aquello que es la substancia del alma es
eterno, aquello a lo que pertenecemos es eterno, el yo que nos separa de la
única y verdadera realidad, el yo que crea una dualidad ilusoria entre Dios y
el individuo, el yo que se alimenta de nuestra identidad, ese, es efímero,
necesariamente caduco; mortal.
Teoría
del Conocimiento
Hemos establecido
con anterioridad que el hombre es un ser consciente, es decir, tiene la capacidad
de conocer y entender. Es más, la lucha por alcanzar la sabiduría es la más
elevada batalla que podemos y debemos librar. Nuestra capacidad cognoscitiva es
necesariamente limitada, si no lo fuese no dedicaría el autor tanto empeño en
aburrir al lector con tan barrocas construcciones como lo está haciendo. He
aquí la esencia y razón de ser de la filosofía. He aquí una más de las
limitaciones humanas que dotan de peso a la existencia.
Platón decía que
nuestra alma eterna ya había sido testigo de la sabiduría, mas tras el proceso
de metempsicosis la olvidaba, para luego redescubrirla. Solo podíamos conocer a
través del alma, los sentidos servían como estimulo para elevar a ésta a la
sabiduría. El conocimiento no se adquiría, se recordaba. Si algo tenía el
ateniense, era la habilidad de convertir su filosofía en hermosa poesía.
La sabiduría no
se adquiere, se descubre. A través de una serie de procesos vamos abriendo
puertas en nuestra alma que encierran tras de sí conceptos, realidades e ideas.
La capacidad de conocer es innata al hombre; solo podemos conocer como hombres.
Se podría comparar al alma con un disco duro que va almacenando impresiones,
percepciones, pero la capacidad de convertirlas en ideas universales e
imperecederas, la capacidad de transformarlas en sabiduría, es un proceso
interno y al que uno debe enfrentarse solo.
Como en todo otro
aspecto de la Creación, la teoría del conocimiento se desarrolla en base a una
serie de dualidades enfrentadas, y como en todo lo demás, en esta nuestra
Catedral, el equilibrio será la base sobre la cual construiremos nuestra teoría
propia. Entre estas dualidades las más destacadas son:
-¿Conocemos a
través de los sentidos o lo hacemos a través de la razón?
-¿Cómo se nos
presenta la realidad, tenemos acceso a ella tal y como es?
En este campo el
trabajo de Kant fue de incalculable valor. Su giro copernicano, demostró un
grado de madurez filosófica sin precedentes en la filosofía de la época moderna
y la ilustración. Fue ésta una época de grandes filósofos, de florecimiento en
la búsqueda de la sabiduría. Sin embargo, muchos de ellos se aferraron a sus
teorías de manera casi fanática, como queriendo demostrar algo; que tenían
razón, es de suponer. Así cuando sus construcciones cojeaban las apañaban como
bien podían, llegando a exponer verdaderos disparates que rayaban en lo
absurdo. Véase la glándula pineal
cartesiana, o la desconfianza de Hume en toda abstracción cuando él
necesariamente debía hacerlo para poder desarrollar su empirismo exacerbado.
Sobre la cualidad de sirviente, casi esclavo, a la que sometió Malebrauche a
Dios en su ocasionalismo, mejor ni hablar.
Kant consiguió
conjugar estás dos corrientes tan enfrentadas, el racionalismo y el empirismo.
Y, por si esto fuera poco, luego le dio un giro copernicano al asunto que
cambio el devenir de toda la filosofía moderna. Distinguió entre el noúmeno y
el fenómeno. El noúmeno es la realidad tal y como es, las cosas en sí mismas, a
las que dado la naturaleza de nuestra capacidad cognoscitiva, no tenemos
acceso. A lo que el hombre sí tiene acceso, lo llamó el fenómeno. Hasta
entonces en la actividad cognoscitiva, el sujeto cognoscente era pasivo, y el
objeto conocido influía en él y producía
una representación exacta.
Kant propone darle la vuelta a la relación y aceptar
que en la experiencia cognoscitiva el sujeto cognoscente es activo, que en el
acto de conocimiento el sujeto cognoscente modifica la realidad conocida. Solo
a través del sujeto podemos conocer al objeto. El
entendimiento no es una facultad pasiva, que se limite a recoger los datos
procedentes de los objetos, sino que es pura actividad, configuradora de la
realidad. Por la sensibilidad recibimos los objetos, por el entendimiento los
pensamos.
"Los objetos nos vienen, pues, dados mediante la sensibilidad y ella
es la única que nos suministra intuiciones. Por medio del entendimiento, los
objetos son, en cambio, pensados y de él proceden los conceptos."
“Critica de la razón pura”, Emmanuel Kant
Establecido
el cómo podemos conocer, el siguiente dilema sería, ¿qué podemos conocer?, ¿dónde
se encuentra el límite de nuestro conocimiento? Sobre este tema, Kant,
influenciado por su contexto histórico, legitima el conocimiento científico,
esto es, la sensibilidad y el entendimiento. Es ahí donde traza la línea,
dejando a la metafísica fuera. Es decir, tenemos acceso al fenómeno, lo
entendemos, de la dialéctica entre estos dos surge el conocimiento científico,
sin embrago ningún concepto metafísico puede ser demostrado de forma empírica,
por lo que el conocimiento científico y el metafísico son de distinta
naturaleza. He aquí el límite del conocimiento humano.
Con
anterioridad hemos expresado nuestras dudas sobre el conocimiento científico,
sobre el monopolio al que está sometido el conocimiento humano legítimo y sobre
el método empírico deductivo. No obstante, esta delimitación nos viene como
anillo al dedo para la construcción de esta nuestra catedral. Teniendo en
perspectiva la premisa socrática de que “yo solo sé que no sé nada” y “que es
el más ignorante aquel que ignora su propia ignorancia”, le cederemos al
conocimiento científico toda legitimidad, ante todo por contentar a nuestro
asesor de marketing, quien en su desesperación se ha arrancado todos los pelos
de la barba, tal vez así evitemos que haga lo propio con los de su cabellera.
El autor
se da perfecta cuenta de que aceptando está premisa, los ladrillos de su
catedral se convierten en aire. Será tarea del lector, la capacidad de creer,
de convertir el aire en sólidos ladrillos, y de hacer esto a través de la fe.
El autor se ofrece a dar la mano y acompañar a todo aquel que desee recorrer
este camino, mas no puede recorrerlo por él. El camino hacia la verdad es un
camino que debe recorrer cada persona de forma independiente e individual,
animado y empujado por todo aquello que le pueda inspirar.
La
capacidad cognoscitiva del hombre es perfecta tal y como lo son las demás
expresiones de Dios en la naturaleza. La fe, es decir, la capacidad de creer en
algo sin tener posibilidad de demostrarlo ni de sentirlo a través de los
sentidos, es poderosa; “mueve montañas”. Si tuviésemos acceso directo a la
sabiduría, si todo lo pudiésemos demostrar, dejaríamos de ser hombres; no
habría necesidad de filosofía. El límite en la capacidad cognoscitiva del
hombre es un factor determinante en la definición de su naturaleza. No se nos
ofrecen respuestas irrefutables, no se nos otorga la sabiduría por decreto, simplemente
se nos da la capacidad de creer, de tener fe, de crear nuestra única y personal
construcción metafísica del mundo. Los límites del conocimiento humano son
sinónimo de libertad.
Sobre Ética y la religión
Toda
filosofía, irremediablemente, surge o deriva de la ética. En nuestro caso
deriva. Hemos planteado una forma de entender al ser humano, al universo, a
Dios. Habiendo argumentado todas nuestras teorías de forma, esperamos que
coherente, ahora no más queda preguntarse: ¿Cómo debo actuar en relación con
todo lo expuesto? ¿Sobre qué reglas morales debemos basar nuestra dialéctica
con la vida?
Si el
fundamento de nuestra Catedral es Dios, el del desarrollo de nuestra teoría
ética es la libertad del hombre. El hombre es necesariamente libre, la libertad
del hombre da consistencia y coherencia a la razón. Nuestra cualidad de seres
conscientes adquiere un peso mucho mayor cuando es conjugada con la libertad.
En el camino de la vida, a diario, arribamos a cruces, y debemos nosotros
escoger el camino y ser coherentes con las consecuencias. Tenemos la
oportunidad de afectar a la Creación, y nuestra libertad nos ofrece la oportunidad
de hacerlo de forma positiva o negativa, además de todos los puntos intermedios
situados entre estos dos opuestos.
Por una
vez, no buscaremos el equilibrio, en nuestra Catedral animaremos al ser humano
para que busque tener siempre un impacto positivo en la Creación. Animaremos al
hombre a ser ambicioso y a buscar su desarrollo personal para poder sacar lo
mejor de uno mismo. Buscaremos la reciprocidad con la Creación que tan bella se
nos presenta, y haremos de nuestra existencia, de nuestro efímero chispazo,
algo digno; digno de Dios.
El
concepto de pertenecencia, sumado a la idea de ser un atributo de Dios es
determinante al hora de definir nuestro modo de existir, nuestra dialéctica con
la Creación. No vienen estas construcciones de forma alienada e independiente,
sino que tienen consecuencias éticas de mucho peso. Es nuestra responsabilidad
el llevar una existencia consciente y el hacer della algo digno. También lo es
el convertir la vida en un proceso continuo de crecimiento personal para poder
así dar lo mejor de nosotros mismos. Explicado de forma aristotélica, al nacer
solo somos potencia, nuestra existencia consciente debe convertir a esa
potencia en acto.
No es
esta una filosofía para gente que busque una existencia ligera, tampoco para
gente que busque la inmortalidad del yo, ni para gente que busque disfrutar de
la Creación y de la vida sin sentir la necesidad de devolver algo. Es esta la
filosofía de la gente consciente, integra, implicada, que conciba la existencia
como una oportunidad inmejorable de tener un impacto positivo en la Creación.
El combustible que ha ayudado a levantar la Catedral es el amor, el amor por la
vida, por la Creación, por Dios.
Primero debes
aprender a amar a Dios, una vez lo ames con todo tu ser, tu calidad de atributo
de él te empujará y motivará para hacer de tu experiencia algo elevado, bello,
coherente, consciente y definitivamente positivo.
Para el
filósofo la religión no es más que una práctica espiritual, no cabe en la
condición de libre pensador el aceptar dogmas. No obstante, la humanidad necesita
de todo tipo de personas. No todo el mundo es filósofo, si lo fuesen el mundo
sería disfuncional. Se necesitan artesanos, letrados, obreros, soldados,
poetas, químicos, panaderos, barrenderos, profesores, sacerdotes, madres,
gobernantes… Para todas esas personas que no desean o tienen tiempo para
plantearse estas cuestiones en relación con la existencia y la naturaleza del
hombre, la religión deja de ser meramente una práctica espiritual y se
convierte además en filosofía.
En
nuestra Catedral aceptamos todas las religiones. Entendemos el importantísimo
rol que desempeñan a la hora de intentar explicar a Dios a la sociedad. Las
religiones han marcado una serie de pautas éticas y morales sobre las cuales se
ha desarrollado la civilización. De todas ellas, la semilla siempre ha sido un
hombre sabio que entendió la naturaleza divina, la explico, y sobre esas bases
sus descendientes lucharon con mayor o menor acierto por convertir tan elevada
y bella percepción en una realidad.
En contra
de de la opinión más común y generalizada, en nuestra Catedral valoramos el
esfuerzo hecho a lo largo de los siglos por parte de la religión de acercar al
hombre a Dios. De convertir la experiencia humana en algo trascendente y bello.
De transmitir esperanza al hombre y de educarlo en unos valores buenos
facilitando así la convivencia. En su calidad humana, la religión
necesariamente se ha equivocado, pervertido, embriagado de poder y polucionado.
Sin embargo, pesa mucho más todo lo bueno que ha hecho. La tendencia general es
obviar lo bueno y centrarse en lo malo. A nadie le gusta que le saquen sus
defectos, pero a día de hoy es legítimo centrarse en todo lo malo del mundo, de
la religión, y concebirla como solo eso, una suma de todos los errores humanos
cometidos a lo largo de su historia.
¡No
señores no! No en nuestra Catedral. Aquí, utilizando una idea muy cristiana,
haremos con los demás lo que nos gustaría que hiciesen con nosotros, nos
centraremos en todo lo bueno concerniente a la parte divina de la religión y en
todo lo bueno creado por el hombre en nombre desta, que por otro lado es mucho
mayor, solo que por su naturaleza no sensacionalista no vende periódicos, ni
habita en las tertulias, ni le gusta a mi asesor de marketing.
No quiere
decir esto que vayamos a obviar todo lo malo que se ha hecho en nombre de la
religión. Igual que buscaremos sacar lo mejor de nosotros mismos, igual que nos
exigiremos ser tan buenos como podamos llegar a ser, igualmente le exigiremos a
la religión.
Por culpa
de aquellos que en nombre de la religión hicieron el mal, la palabra Dios se ha
ensuciado. En el mundo actual se ha convertido en una palabra tabú, cargada de
connotaciones negativas. En una síntesis entre la tradición latina y la griega
diremos como dijo Homero que las palabras tienen alas, y diremos como Ovidio
que las palabras tienen peso. En nuestra Catedral devolveremos a las palabras a
su debido lugar, las volveremos a dotar de importancia, de peso; y las
utilizaremos para liberar nuestras almas. Si existiese una jerarquía entre las
palabras, la palabra Dios estaría en lo más alto. Por lo que una de las
batallas conscientes a la que nos dedicaremos será la limpieza desta palabra,
que es un templo en sí misma. La pronunciaremos con amor, con respeto, con firmeza,
con asiduidad, con orgullo, tantas veces como haga falta, hasta que la
liberemos de todos los lastres a los que el hombre la ha sometido.
Conclusión
El filósofo debe
enfrentarse de frente a la vida, mirarle a los ojos, ir siempre de cara. Sin
miedo, sin necesidad de recompensa alguna, más que la de hacer lo correcto y
coherente para con su condición de atributo de Dios. Todos tenemos está
responsabilidad. Es nuestra responsabilidad la de hacer de la experiencia
humana algo bello y equilibrado, algo trascendental. Acercarnos, a pesar de
nuestras limitaciones, a la magnitud de la Creación; a Dios.
Somos parte de la Creación pero no toda ella. La
naturaleza no humana es equilibrada y funciona. Ella debe ser nuestro espejo y
fuente de inspiración para guiar nuestra existencia. Es nuestra cualidad de
seres conscientes y libres, la que alberga la necesidad de que seamos
ambiciosos y nos embarquemos en una búsqueda por elevarnos tan alto como
nuestra naturaleza nos permita.
La existencia es como
una partida de ajedrez; hay una serie de
reglas. Tan solo podemos mover cada pieza de una forma determinada. Aquel que
cae en victimismos y pierde el tiempo en quejarse della, es como aquel que al
jugar al ajedrez, se queja porque su caballo no puede saltar tres adelante y
cuatro hacia el lado para comer a la reina del contrincante. Nuestro deber es
el de asimilar las reglas para poder así desplegar las mejores jugadas,
aprender a leer los movimientos del contrincante, para poder así adelantarse a
ellos; y ganar la partida.
Si en el ajedrez
pudieses mover las piezas a gusto, toda partida no duraría más que una jugada.
Es la limitación humana lo que nos define como hombres, lo que da peso y
sentido a la existencia. Los límites en las diferentes ramas del conocimiento,
la libertad, el problema del mal, la muerte; son todas ellas reglas del
movimiento de las piezas del ajedrez metafísico. Estas reglas, estas
limitaciones, surgen de la esencia del hombre, y son causantes directas de la
complejidad y magia de la naturaleza de nuestra existencia.
Gracias a las
limitaciones humanas, el fin es el camino y no la meta. Si Dios es eterno, si
el universo es eterno, qué importancia tiene la meta. El universo se crea
constantemente, a cada instante, cada momento, cada segundo. No es la búsqueda
de la finalidad lo que nos tiene que preocupar, dado que no cabe la concepción
de una finalidad en un universo eterno, sino que mejor haríamos en
concentrarnos en el camino que
recorremos en nuestro chispazo de existencia.
Cada una de
nuestras acciones tiene consecuencias eternas, afectan al todo, a la Creación,
a Dios. Todos y cada uno de nosotros somos responsables del devenir del
experimento humano, en mayor o menor medida. El artista debe comprometerse con
su arte de forma que perdure, elevando así a la humanidad y embelleciendo la
realidad humana. El filósofo debe comprometerse con la filosofía de manera que guíe
al hombre en su búsqueda de la sabiduría. El político debe comprometerse con la
política de manera que facilite la cohesión y el buen funcionamiento social.
Todo individuo, en definitiva, debe buscar su oficio, su papel, y desempeñarlo
de forma comprometida para hacer algo trascendental, bello y elevado de la
experiencia humana.
En nuestra
jerarquía personal de las palabras, la que ocupa el segundo lugar, con tan solo
Dios por encima es el Amor. El Amor debe ser el combustible de todas nuestras
acciones. De hecho, es el Amor una palabra, una idea, tan poderosa que a menudo
se funde con Dios y no es posible diferenciar a la una de la otra.
Fue el Amor
divino el que concibió la Creación, no puede ser de otra manera. Cuando
observamos la mirada de aquel al que amamos, cuando vemos al Himalaya elevarse
hasta rozar el cielo, cuando vemos un cerezo florecer, cuando nos sorprende el
alba y tiñe el mundo de color, cuando besamos a una mujer hermosa, cuando vemos
la sonrisa de un niño, cuando el arte hace brotar a las lagrimas, cuando un
perro nos demuestra su lealtad incondicional, cuando observamos al águila
volar, cuando vemos la capacidad de superación del hombre, cuando la luz
plateada de la luna llena ilumina un valle, cuando en lo alto de un risco nos
observa orgulloso un rebeco, cuando una madre amamanta a su hijo, cuando el
otoño nos deleita con su particular oda al color, cuando la nieve pinta el
mundo de blanco, cuando la primavera se apodera de nuestras alamas y cuando a
la noche de verano se le cae una estrella fugaz, entendemos que la Creación es
puro Amor. Por lo tanto, si aspiramos a ser expresiones dignas de Dios, a, en
un nuestra capacidad creadora, acercarnos a Él, debemos hacerlo a través del
Amor.
No es ningún
accidente fortuito el título de este ensayo. Convirtamos nuestra existencia en
un templo, en una Catedral. Hagamos de nuestras vidas una celebración de Dios,
en cada instante, en cada acción, en cada poesía, en cada Creación.
A.M.B.
Abril de 2011
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