domingo, 3 de marzo de 2013

Sobre el “Arte Poética” de Horacio



Sobre el “Arte Poética” de Horacio

“Sí, lejos de ser un defecto, como creen los críticos superficiales, esta cantidad de sueño inherente al poeta es un don supremo. En el poeta tiene que haber un filósofo y algo más. Quien carece de esta cantidad celeste de sueño no es más que un filósofo”.
“Promontorium Somnii”, Victor Hugo

         El genio francés también nos dejó una especie de Arte Poética propia en su “Promontorium Somnii”, si bien no tan centrada en la técnica y teoría literaria, tan apropiada para el joven poeta como puede serlo la de Horacio. En ella Hugo no explica el poder de una metáfora, como hiciera Aristóteles, ni nos da una serie de pautas estéticas a tener en cuenta a la hora de sentarnos a escribir, como hace Horacio, sin embargo su texto nos llega como un inequívoco mensaje de ánimo desde la eternidad literaria para que nos atrevamos a soñar; y no a soñar durmiendo sino a soñar versos, a soñar en nuestra capacidad para trascender, dicho en sus propias palabras a creer en nuestra “nada como hombre y eternidad como alma”.
         Son muchos los escritores que a lo largo de la historia nos han dejado testimonios de su forma de entender la Poesía, buscando guiar a aquellas almas que saben que vendrán y que compartirán sus mismas inquietudes, su misma necesidad de entender el mundo y contarlo. Lo primero que destaca al leer la obra de Horacio es el cariño que se desprende de sus versos, el cariño hacia la propia poesía y hacia aquellos más jóvenes que serán esclavos de ella. No cabe duda de que a pesar de ser una epístola dirigida a los Pisones, su intención era trascender a estos, y dejar unos versos tallados en mármol que aguardasen a todos aquellos que están por llegar.  Para ello, Horacio, el poeta epicúreo de la medida y la mesura, de la perfección formal, escribe un poema de una lectura deliciosa y amena, en el que expone sus principales ideas poéticas de forma elegante y perfectista, de forma honesta con su propia esencia.
         Es Horacio un poeta de la perfección, dicen los que leen sus versos en latín que cada palabra está escrita en perfecto orden armónico con respecto al verso. Es un poeta de la mesura y de la sensatez, que rehúye los excesos por encontrarlos de mal gusto. Para Horacio el Poeta no es un genio, sino una perfecta conjunción entre talento y trabajo, y la poesía no es un sueño macabro o maravilloso, sino una imitación del cosmos en armonía. En este sentido se ve al epicúreo que había en él, preocupado por la ataraxia, tanto en su día a día -cuentan que rechazó una oferta de Cesar Augusto de ser su secretario para, en su lugar, retirarse a vivir en el campo y escribir- como en su poesía. Hijo de un liberto que gastó su limitada fortuna en educarle, estudió hasta en la Academia de Platón, una vez hubo alcanzado el reconocimiento social y una posición estable dentro de sus estamentos, tal vez  cesó de sentir la necesidad de escribir más poesía que la que rindiese culto al orden que le había encumbrado.
         En este sentido Horacio y su poética adquieren una vigencia fundamental para nuestro mundo actual postmodernista en el que cualquier cosa es considerada una obra de arte. Frente a la libertad esperpéntica reinante en la producción artística actual, en la que todo vale y el arte desciende preocupantemente hacia las masas, Horacio se erige como un poeta de la excelencia, rechazando la mediocritas que cede a juristas o abogados, pero jamás a poetas, dado que la poesía “a poco que desciende de la cumbre cae en el abismo”. El poeta latino, deja entrever que la poesía no es una necesidad vital del hombre, y por lo tanto, si no es perfecta es mejor prescindir de ella. Esta obsesión por la perfección armónica es muy propia del mundo antiguo, cuyo arte se basaba en la imitación de la naturaleza, perfecta y armónica. El mejor y más bello de los ejemplos es la concepción pitagórica de la música. Para Pitágoras el cosmos es una perfecta armonía y el movimiento de los astros produce una música que por estar acostumbrados a ella no oímos, es la música universal. La música terrenal debe ser un fiel reflejo de la armonía preexistente, por lo que se convierte en un concepto matemático. Como todo lo demás en la filosofía pitagórica, el mundo, el cosmos, se explica a través del número, de la medida, de la armonía existente.  
         No sorprende, por lo tanto, que hable Horacio de trabajar en un poema hasta nueve años, de pulirlo cual si fuera una estatua, de enviarlo a un crítico, a un padre, y a un poeta antes de hacerlo público. Sobre la perfección en el arte escribió Juan Ramón Jiménez casi dos milenios después en el epílogo de su “Segunda Antolojía Poética”:
 PERFECCIÓN. 1.- Es corriente creer que el arte no debe ser perfecto. Se exije perfección a un matemático, a un fisiólogo, a un científico en jeneral. A un poeta no solo no  se le suele exijir, sino que más bien se le echa en cara que la tenga, como signo de decadencia – del mismo modo que se achaca debilidad a un cerebro de precisión que no puede trabajar con ruido.- Pero el arte es ciencia también.
Dirán algunos: “El arte es vida”. Sin duda. ¿Y por qué ha de ser más bella una vida holgazana y descompuesta, que una vida plena y disciplinada?
2. Perfección – sencillez, espontaneidad – de la forma, no es descuido callejero de la forma, ni malabarismo de arquitecto barroco y empachoso; que, en ambos casos, se enreda uno en ella por todas partes, nos llama, a cada momento, la atención, nos hace tropezar; sino aquella exactitud absoluta que la haga desaparecer, dejando existir solo el contenido, “ser” ella el contenido.
3. No puedo compartir la creencia de que el “fracaso”, la falta de disciplina, en arte, es una postura interesante.
y 4. ”Perfecto” no es “retórico”, sino completo. “Clásico” es, únicamente, “vivo”.
Segunda Antolojía Poética, Juan Ramón Jiménez
El poeta por lo tanto debe ser coherente con su obra, en su día a día debe ser mesurado, trabajador, simétrico. Una concepción muy alejada de la que tenemos hoy en día de un poeta, legada a nuestra época por el Romanticismo. El poeta no debe ser un genio, ni un excéntrico. Debe domar su talento a base de trabajo y no dejarse enloquecer por él hasta terminar siendo un personaje desaliñado, grotesco, esperpéntico.
No obstante, Platón, el filósofo ateniense por antonomasia, describe la poesía como divina locura en el “Fedro”. Paradójicamente a pesar de ser recordado con rencor por muchos tras expulsar a los poetas de su República, visto bajo el prisma actual se le podría perfectamente considerar poeta, si bien no en el sentido más preciso, definitivamente en el más amplio. Pues bien, en el “Fedro”, diálogo que comienza hablando del amor, y termina introduciendo la hermenéutica, Platón presenta un argumento opuesto al de Horacio:
“(…) tanto más bella es, según el testimonio de los antiguos, la manía que la sensatez, pues una nos la envían los dioses, y la otra es cosa de los hombres. Pero también, en las grandes plagas y penalidades que sobrevienen inesperadamente a algunas estirpes, por antiguas y confusas culpas, esa demencia que aparecía y se hacía voz en los que la necesitaban, constituía una liberación, volcada en súplicas y entrega a los dioses. Se llegó así, a purificaciones y ceremonias de iniciación, que daban la salud en el presente y para el futuro a quien por ella era tocado, y se encontró además, solución, en los auténticos delirantes y posesos, a los males que los atenazaban. El tercer grado de locura viene de las Musas, cuando se hacen con un alma tierna e impecable, despertándola y alentándola hacia cantos y toda clase de poesía, que al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir. Aquel, pues, que sin la locura de las Musas acude a las puertas de la poesía, persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecto, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsada por la de los inspirados y posesos. Todas estas cosas y muchas más te puedo contar sobre las bellas obras de los que se han hecho “maniáticos” en manos de los dioses… (…)”
“Fedro”, Platón
Tal vez la raíz de la contraposición entre las ideas que Sócrates expone aquí al joven Fedro, y las que expone Horacio se halle en las diferencias de base en la concepción del mundo entre Grecia y Roma. A menudo se tiende a divisar la antigüedad grecolatina como una realidad homogénea. Sin embargo, existían entre ellos diferencias abismales de base, sobre las que se construyeron ambas realidades. El mundo romano estaba regido por la humanitas, cuyo mismo nombre encierra la concepción del ser humano latina, igual que el alfarero da forma al barro, el romano daba forma al mundo. De ellos nos han quedado - además de su poesía – acueductos, puentes, calzadas, arados, y ante todo el derecho. Los griegos, no daban forma al mundo sino que más bien se asombraban ante él y buscaban su comprensión de una forma mucho más abstracta. De ellos nos ha llegado la tragedia, las bibliotecas, las academias, la democracia… y ante todo, la filosofía.
Es importante recordar que la tragedia en Grecia era un rito que buscaba celebrar la divinidad, se escribe poseído por, y en nombre de, Dionisio, el dios del vino y la pasión. Así pues como tantas otras cosas en la cosmovisión griega, la poesía busca trascender, actuar cual daimón que conecta a los mortales con el Olimpo. La poesía puede llegar a ser como el amor que dando alas al carro, en el mito de la auriga, lo eleva hacia la belleza verdadera, esa divinidad aforme y eterna tan presente en los diálogos platónicos.
Beethoven colocó al artista en lo alto de una gran columna de mármol, desde donde, en su soledad, contemplaba el mundo. El genio alemán fue educado por el más horaciano de los músicos, Haydn, y gracias a él aprendió a componer música que rozaba la perfección formal. Sin embargo, no fue hasta que lo desafió, hasta que rompió todos los corsés que le limitaban en su creación artística, que cambió por completo la historia de la música y del arte en general. Beethoven introduce al ser humano en la música en su versión más subjetiva, se deja poseer por las musas para imitar, no al cosmos, sino al verdadero ser humano; el menos armónico de los seres, el más extraño, el que más poder tiene, y por tanto el más divino de todos ellos. Idea perfectamente descrita por Ovidio, el polo opuesto a Horacio dentro de los poetas latinos, el poeta transgresor al que el mismo Cesar Augusto, que tan benevolente se mostraba con Horacio, envió al exilio:
Y mientras los demás animales miran inclinados a la tierra,
dio al hombre un rostro levantado y le ordenó que mirara
al cielo y levantara el rostro alto hasta las estrellas.

“Metamorfosis”, Publio Ovidio Nasón
El panorama actual artístico presenta verdaderos esperpentos y despropósitos. A menudo el artista, se presenta como genio de salida, con libertad para crear una obra que si carece de coherencia no es por falta del autor, sino por incomprensión del espectador. La subjetividad es la base de todo, y cualquier opinión vale, mientras pase el control de calidad de lo políticamente correcto. Paradójicamente, desde otro punto de vista, el arte vive sometido a la mediocritas que rechazaba Horacio, la perfección es algo prescindible, lo importante es llegar al gran público, a las masas, sin incitar en momento alguno a las masas a que asciendan al arte. Por lo tanto, como en tantos otros aspectos de nuestra realidad actual, la visión del arte está polarizada, entre aquellos que creen en su democratización, y aquellos que lo subjetivizan hasta el punto de deshumanizarlo, creando un caos de criterio en el que ni el artista, ni el crítico, ni el espectador pueden recurrir a un baremo común a la hora de enfrentarse a la obra. Frente a ello, el “Arte Poético” nos invita a hacer un arte medido y sereno, perfecto, en el que no quepan las disputas, y sobre el que los criterios subjetivos no determinen más que el mayor o menor grado con que se disfruta de él.
Sin embargo el arte actual no es más que un reflejo de la sociedad en la que se crea. Una sociedad entre agnóstica y nihilista repleta de símbolos vacios, en la que ni los mismos filósofos se atreven a hacer filosofía más allá de la puramente descriptiva o analítica. Una sociedad en la que ya nada trasciende, en la que no hay cabida para la hermenéutica, dado que Hermes ya no tiene puerto en el que atracar, y no zarpan barcos de una a otra orilla. Una sociedad empírica y positivista, en la que términos tan fundamentales para la comprensión del ser humano, como el alma, rozan lo arcaico, y quedan relegados para los poetas, quienes por cierto ya no explican la realidad, dándole forma, como antaño, sino que son más bien los proscritos de la industria del ocio; ya nadie recuerda a Orfeo domando a las bestias. En este panorama, la visión poética de Horacio parece inadecuada para tener un impacto suficiente, y como decía Platón, liberarnos de los males que nos atenazan.
Para ello necesitamos una visión poética más cercana a la de los griegos, antes explicada. Necesitamos poetas poseídos y locos, excéntricos, pero no en la mera forma, sino en la forma hegeliana, en la forma que encierra el fondo. Poetas no conformistas, como lo fue él con respecto a su realidad política, sino que poetas transgresores, como lo fue Ovidio, con suficiente fe como para llevarle la contraria al imaginario legítimo y colectivo. Horacio destacaría que “El Quijote” al final muere siendo Alonso Quijano, cuerdo. Sin embargo, el mundo a día de hoy, necesita más que nunca al Don Quijote chiflado y locuaz, el Don Quijote que deja perplejo a los que le oyen pues jamás han visto a alguien tan chiflado que hable con tanta cordura, el Don Quijote que con maestría Cervantes no permitió morir, convirtiéndolo así en eterno. Al Don Quijote que aún estando enfermo en cama, antes de su tercera salida dijo:
“(…) así, que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo que ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anexos al andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes; porque el del vicio, dilatado y espacioso acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin…”
“Don Quijote de La Mancha”, Miguel de Cervantes
No hay cabida ya para la medida y la mesura Horaciana, ni para la imitación de un cosmos que nadie se atreve a explicar, ya nadie escucha en el movimiento de los astros una música eterna y celestial. En los momentos de crisis surgen los grandes héroes; Odiseo forjó su leyenda yendo a la deriva por los mares del Egeo, y Aquiles en la batalla de Troya. A día de hoy la ataraxia es para los cobardes y el estoicismo para los débiles, la poesía debe reencontrar  Ítaca, y ello conlleva sufrimiento e inconformismo, valentía. Necesitamos a poetas que sean reflejo de Hermes, daimones, alas, mensajeros poseídos de la divinidad que tan solo desciendan a las masas para agarrarlas de las manos y elevarlas para que así contemplen la verdadera y eterna belleza. Necesitamos poetas valientes, que conjuguen las letras y las armas, que actúen por imperiosa necesidad sin rendirle cuentas a nadie más que a la eternidad. Necesitamos a Ovidio y no a Horacio, necesitamos a Cervantes y no a Lope, a Victor Hugo y no a Balzac, a Goya y no a Mengs, a Beethoven y no a Haydn…
Necesitamos la Novena Sinfonía.


A.M.B.
Noviembre de 2012


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