Sobre
el “Arte Poética” de Horacio
“Sí,
lejos de ser un defecto, como creen los críticos superficiales, esta cantidad
de sueño inherente al poeta es un don supremo. En el poeta tiene que haber un
filósofo y algo más. Quien carece de esta cantidad celeste de sueño no es más
que un filósofo”.
“Promontorium Somnii”, Victor
Hugo
El genio francés también nos dejó una especie de Arte
Poética propia en su “Promontorium Somnii”, si bien no tan centrada en la
técnica y teoría literaria, tan apropiada para el joven poeta como puede serlo
la de Horacio. En ella Hugo no explica el poder de una metáfora, como hiciera
Aristóteles, ni nos da una serie de pautas estéticas a tener en cuenta a la
hora de sentarnos a escribir, como hace Horacio, sin embargo su texto nos llega
como un inequívoco mensaje de ánimo desde la eternidad literaria para que nos
atrevamos a soñar; y no a soñar durmiendo sino a soñar versos, a soñar en
nuestra capacidad para trascender, dicho en sus propias palabras a creer en
nuestra “nada como hombre y eternidad
como alma”.
Son muchos los escritores que a lo largo de la historia nos
han dejado testimonios de su forma de entender la Poesía, buscando guiar a
aquellas almas que saben que vendrán y que compartirán sus mismas inquietudes,
su misma necesidad de entender el mundo y contarlo. Lo primero que destaca al
leer la obra de Horacio es el cariño que se desprende de sus versos, el cariño
hacia la propia poesía y hacia aquellos más jóvenes que serán esclavos de ella.
No cabe duda de que a pesar de ser una epístola dirigida a los Pisones, su
intención era trascender a estos, y dejar unos versos tallados en mármol que
aguardasen a todos aquellos que están por llegar. Para ello, Horacio, el poeta epicúreo de la
medida y la mesura, de la perfección formal, escribe un poema de una lectura
deliciosa y amena, en el que expone sus principales ideas poéticas de forma
elegante y perfectista, de forma honesta con su propia esencia.
Es Horacio un poeta de la perfección, dicen los que leen sus
versos en latín que cada palabra está escrita en perfecto orden armónico con
respecto al verso. Es un poeta de la mesura y de la sensatez, que rehúye los
excesos por encontrarlos de mal gusto. Para Horacio el Poeta no es un genio,
sino una perfecta conjunción entre talento y trabajo, y la poesía no es un
sueño macabro o maravilloso, sino una imitación del cosmos en armonía. En este
sentido se ve al epicúreo que había en él, preocupado por la ataraxia, tanto en
su día a día -cuentan que rechazó una oferta de Cesar Augusto de ser su
secretario para, en su lugar, retirarse a vivir en el campo y escribir- como en
su poesía. Hijo de un liberto que gastó su limitada fortuna en educarle,
estudió hasta en la Academia de Platón, una vez hubo alcanzado el
reconocimiento social y una posición estable dentro de sus estamentos, tal vez cesó de sentir la necesidad de escribir más
poesía que la que rindiese culto al orden que le había encumbrado.
En este sentido Horacio y su poética adquieren una vigencia
fundamental para nuestro mundo actual postmodernista en el que cualquier cosa
es considerada una obra de arte. Frente a la libertad esperpéntica reinante en
la producción artística actual, en la que todo vale y el arte desciende
preocupantemente hacia las masas, Horacio se erige como un poeta de la
excelencia, rechazando la mediocritas
que cede a juristas o abogados, pero jamás a poetas, dado que la poesía “a poco que desciende de la cumbre cae en el
abismo”. El poeta latino, deja entrever que la poesía no es una necesidad
vital del hombre, y por lo tanto, si no es perfecta es mejor prescindir de
ella. Esta obsesión por la perfección armónica es muy propia del mundo antiguo,
cuyo arte se basaba en la imitación de la naturaleza, perfecta y armónica. El
mejor y más bello de los ejemplos es la concepción pitagórica de la música. Para
Pitágoras el cosmos es una perfecta armonía y el movimiento de los astros
produce una música que por estar acostumbrados a ella no oímos, es la música
universal. La música terrenal debe ser un fiel reflejo de la armonía
preexistente, por lo que se convierte en un concepto matemático. Como todo lo
demás en la filosofía pitagórica, el mundo, el cosmos, se explica a través del
número, de la medida, de la armonía existente.
No sorprende, por lo tanto, que hable Horacio de trabajar en
un poema hasta nueve años, de pulirlo cual si fuera una estatua, de enviarlo a
un crítico, a un padre, y a un poeta antes de hacerlo público. Sobre la
perfección en el arte escribió Juan Ramón Jiménez casi dos milenios después en
el epílogo de su “Segunda Antolojía Poética”:
“PERFECCIÓN.
1.- Es corriente creer que el arte no debe ser perfecto. Se exije perfección a
un matemático, a un fisiólogo, a un científico en jeneral. A un poeta no solo
no se le suele exijir, sino que más bien
se le echa en cara que la tenga, como signo de decadencia – del mismo modo que
se achaca debilidad a un cerebro de precisión que no puede trabajar con ruido.-
Pero el arte es ciencia también.
Dirán
algunos: “El arte es vida”. Sin duda. ¿Y por qué ha de ser más bella una vida
holgazana y descompuesta, que una vida plena y disciplinada?
2.
Perfección – sencillez, espontaneidad – de la forma, no es descuido callejero
de la forma, ni malabarismo de arquitecto barroco y empachoso; que, en ambos
casos, se enreda uno en ella por todas partes, nos llama, a cada momento, la
atención, nos hace tropezar; sino aquella exactitud absoluta que la haga
desaparecer, dejando existir solo el contenido, “ser” ella el contenido.
3.
No puedo compartir la creencia de que el “fracaso”, la falta de disciplina, en
arte, es una postura interesante.
y
4. ”Perfecto” no es “retórico”, sino completo. “Clásico” es, únicamente,
“vivo”.
Segunda
Antolojía Poética, Juan Ramón Jiménez
El poeta por lo
tanto debe ser coherente con su obra, en su día a día debe ser mesurado,
trabajador, simétrico. Una concepción muy alejada de la que tenemos hoy en día
de un poeta, legada a nuestra época por el Romanticismo. El poeta no debe ser
un genio, ni un excéntrico. Debe domar su talento a base de trabajo y no
dejarse enloquecer por él hasta terminar siendo un personaje desaliñado,
grotesco, esperpéntico.
No obstante, Platón,
el filósofo ateniense por antonomasia, describe la poesía como divina locura en
el “Fedro”. Paradójicamente a pesar de ser recordado con rencor por muchos tras
expulsar a los poetas de su República, visto bajo el prisma actual se le podría
perfectamente considerar poeta, si bien no en el sentido más preciso, definitivamente
en el más amplio. Pues bien, en el “Fedro”, diálogo que comienza hablando del
amor, y termina introduciendo la hermenéutica, Platón presenta un argumento
opuesto al de Horacio:
“(…)
tanto más bella es, según el testimonio de los antiguos, la manía que la
sensatez, pues una nos la envían los dioses, y la otra es cosa de los hombres.
Pero también, en las grandes plagas y penalidades que sobrevienen
inesperadamente a algunas estirpes, por antiguas y confusas culpas, esa
demencia que aparecía y se hacía voz en los que la necesitaban, constituía una
liberación, volcada en súplicas y entrega a los dioses. Se llegó así, a
purificaciones y ceremonias de iniciación, que daban la salud en el presente y
para el futuro a quien por ella era tocado, y se encontró además, solución, en
los auténticos delirantes y posesos, a los males que los atenazaban. El tercer
grado de locura viene de las Musas, cuando se hacen con un alma tierna e
impecable, despertándola y alentándola hacia cantos y toda clase de poesía, que
al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir. Aquel,
pues, que sin la locura de las Musas acude a las puertas de la poesía,
persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será
imperfecto, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio,
quedará eclipsada por la de los inspirados y posesos. Todas estas cosas y
muchas más te puedo contar sobre las bellas obras de los que se han hecho
“maniáticos” en manos de los dioses… (…)”
“Fedro”,
Platón
Tal vez la raíz de
la contraposición entre las ideas que Sócrates expone aquí al joven Fedro, y
las que expone Horacio se halle en las diferencias de base en la concepción del
mundo entre Grecia y Roma. A menudo se tiende a divisar la antigüedad grecolatina
como una realidad homogénea. Sin embargo, existían entre ellos diferencias
abismales de base, sobre las que se construyeron ambas realidades. El mundo
romano estaba regido por la humanitas,
cuyo mismo nombre encierra la concepción del ser humano latina, igual que el
alfarero da forma al barro, el romano daba forma al mundo. De ellos nos han
quedado - además de su poesía – acueductos, puentes, calzadas, arados, y ante
todo el derecho. Los griegos, no daban forma al mundo sino que más bien se
asombraban ante él y buscaban su comprensión de una forma mucho más abstracta.
De ellos nos ha llegado la tragedia, las bibliotecas, las academias, la
democracia… y ante todo, la
filosofía.
Es importante
recordar que la tragedia en Grecia era un rito que buscaba celebrar la
divinidad, se escribe poseído por, y en nombre de, Dionisio, el dios del vino y
la pasión. Así pues como tantas otras cosas en la cosmovisión griega, la poesía
busca trascender, actuar cual daimón que conecta a los mortales con el Olimpo.
La poesía puede llegar a ser como el amor que dando alas al carro, en el mito
de la auriga, lo eleva hacia la belleza verdadera, esa divinidad aforme y
eterna tan presente en los diálogos platónicos.
Beethoven colocó al
artista en lo alto de una gran columna de mármol, desde donde, en su soledad,
contemplaba el mundo. El genio alemán fue educado por el más horaciano de los
músicos, Haydn, y gracias a él aprendió a componer música que rozaba la
perfección formal. Sin embargo, no fue hasta que lo desafió, hasta que rompió
todos los corsés que le limitaban en su creación artística, que cambió por
completo la historia de la música y del arte en general. Beethoven introduce al
ser humano en la música en su versión más subjetiva, se deja poseer por las
musas para imitar, no al cosmos, sino al verdadero ser humano; el menos armónico
de los seres, el más extraño, el que más poder tiene, y por tanto el más divino
de todos ellos. Idea perfectamente descrita por Ovidio, el polo opuesto a
Horacio dentro de los poetas latinos, el poeta transgresor al que el mismo
Cesar Augusto, que tan benevolente se mostraba con Horacio, envió al exilio:
“Y mientras los demás animales miran inclinados a
la tierra,
dio al hombre un rostro levantado y le ordenó que mirara
al cielo y levantara el rostro alto hasta las estrellas.”
“Metamorfosis”, Publio
Ovidio Nasón
El panorama actual artístico presenta
verdaderos esperpentos y despropósitos. A menudo el artista, se presenta como
genio de salida, con libertad para crear una obra que si carece de coherencia
no es por falta del autor, sino por incomprensión del espectador. La
subjetividad es la base de todo, y cualquier opinión vale, mientras pase el
control de calidad de lo políticamente correcto. Paradójicamente, desde otro punto
de vista, el arte vive sometido a la mediocritas
que rechazaba Horacio, la perfección es algo prescindible, lo importante es
llegar al gran público, a las masas, sin incitar en momento alguno a las masas
a que asciendan al arte. Por lo tanto, como en tantos otros aspectos de nuestra
realidad actual, la visión del arte está polarizada, entre aquellos que creen
en su democratización, y aquellos que lo subjetivizan hasta el punto de
deshumanizarlo, creando un caos de criterio en el que ni el artista, ni el crítico,
ni el espectador pueden recurrir a un baremo común a la hora de enfrentarse a
la obra. Frente a ello, el “Arte Poético” nos invita a hacer un arte medido y
sereno, perfecto, en el que no quepan las disputas, y sobre el que los
criterios subjetivos no determinen más que el mayor o menor grado con que se
disfruta de él.
Sin embargo el arte actual no es más que un
reflejo de la sociedad en la que se crea. Una sociedad entre agnóstica y
nihilista repleta de símbolos vacios, en la que ni los mismos filósofos se
atreven a hacer filosofía más allá de la puramente descriptiva o analítica. Una
sociedad en la que ya nada trasciende, en la que no hay cabida para la
hermenéutica, dado que Hermes ya no tiene puerto en el que atracar, y no zarpan
barcos de una a otra orilla. Una sociedad empírica y positivista, en la que
términos tan fundamentales para la comprensión del ser humano, como el alma,
rozan lo arcaico, y quedan relegados para los poetas, quienes por cierto ya no
explican la realidad, dándole forma, como antaño, sino que son más bien los
proscritos de la industria del ocio; ya nadie recuerda a Orfeo domando a las
bestias. En este panorama, la visión poética de Horacio parece inadecuada para tener
un impacto suficiente, y como decía Platón, liberarnos de los males que nos
atenazan.
Para ello necesitamos una visión poética más
cercana a la de los griegos, antes explicada. Necesitamos poetas poseídos y
locos, excéntricos, pero no en la mera forma, sino en la forma hegeliana, en la
forma que encierra el fondo. Poetas no conformistas, como lo fue él con
respecto a su realidad política, sino que poetas transgresores, como lo fue
Ovidio, con suficiente fe como para llevarle la contraria al imaginario
legítimo y colectivo. Horacio destacaría que “El Quijote” al final muere siendo
Alonso Quijano, cuerdo. Sin embargo, el mundo a día de hoy, necesita más que
nunca al Don Quijote chiflado y locuaz, el Don Quijote que deja perplejo a los
que le oyen pues jamás han visto a alguien tan chiflado que hable con tanta
cordura, el Don Quijote que con maestría Cervantes no permitió morir,
convirtiéndolo así en eterno. Al Don Quijote que aún estando enfermo en cama,
antes de su tercera salida dijo:
“(…) así, que casi
me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo que ir a pesar de todo el
mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los
cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad
desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anexos al
andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella; y
sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y
espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes; porque el del vicio, dilatado
y espacioso acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en
vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin…”
“Don Quijote de La
Mancha”, Miguel de Cervantes
No hay cabida ya para la medida y la
mesura Horaciana, ni para la imitación de un cosmos que nadie se atreve a
explicar, ya nadie escucha en el movimiento de los astros una música eterna y
celestial. En los momentos de crisis surgen los grandes héroes; Odiseo forjó su
leyenda yendo a la deriva por los mares del Egeo, y Aquiles en la batalla de
Troya. A día de hoy la ataraxia es para los cobardes y el estoicismo para los
débiles, la poesía debe reencontrar Ítaca, y ello conlleva sufrimiento e
inconformismo, valentía. Necesitamos a poetas
que sean reflejo de Hermes, daimones, alas, mensajeros poseídos de la divinidad
que tan solo desciendan a las masas para agarrarlas de las manos y elevarlas
para que así contemplen la verdadera y eterna belleza. Necesitamos poetas
valientes, que conjuguen las letras y las armas, que actúen por imperiosa
necesidad sin rendirle cuentas a nadie más que a la eternidad. Necesitamos a Ovidio y no a Horacio,
necesitamos a Cervantes y no a Lope, a Victor Hugo y no a Balzac, a Goya y no a
Mengs, a Beethoven y no a Haydn…
Necesitamos la Novena Sinfonía.
A.M.B.
Noviembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario