Estando
en París el fin de semana fui al Panteón a ver la tumba de Victor Hugo. Fue
enorme mi decepción al ver que Voltaire o Rousseau tenían unas tumbas
maravillosas mientras que mi amado Rey Sol compartía Nicho con Dumas y un poeta
menor,
cuyo nombre ni tan siquiera recuerdo. Me consoló el hecho de que entre tanta
piedra y mármol la única tumba que tenía flores era la suya, en la que se
posaba un ramo de violetas que yo le había llevado.
Al salir, bajo la nieve y enfrentándome al frío viento, escribí estos versos. Una compensación poética que devolvió la ataraxia a mi alma, ¡qué amante tan agradecida es la poesía!
Al salir, bajo la nieve y enfrentándome al frío viento, escribí estos versos. Una compensación poética que devolvió la ataraxia a mi alma, ¡qué amante tan agradecida es la poesía!
La Tumba del Rey Sol
Napoleón
se coronó,
mas
tú, fuiste coronado:
por
tu pueblo, por tu Francia
por
todos aquellos miserables
a
los que regalaste la esperanza.
No
por la Francia civil y laica,
espantoso
engendro de la razón ilustrada,
por
los hombres, por las damas,
por
el alma que late
con
la fuerza de la amada.
Voltaire
coronó la razón,
tú
la fe, el amor, la esperanza.
Tu
tumba, ¡oh Rey Sol!
no
está entre marmóreos capiteles
de
épocas pasadas,
si
no que se erige eterna y clara
en
todos aquellos
que
acudimos a tu llamada.
A.M.B.
París, Febrero de 2013
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