sábado, 10 de mayo de 2014

Como Barro de Alfarero - Acto III


Acto III 

Arturo sentado solo en la terraza apura el final de una copa, ya notablemente embriagado.

Arturo: ¿Quién coño se han creído que son? Reírse de mí, de mí. Soy un gran escritor, no es culpa mía que las editoriales no sepan verlo. Pero se lo demostraré, todos alabarán mi talento. (Sale)

         Llegan Mila, Adri, Bibi y Enrique, charlando animosamente.

Adri: ¡Pero qué maravilla! Qué bonita la romería, con toda la gente vestida tan guapa y los caballos tan briosos, y qué gallardo estabas cabalgando Enrique, parecías un príncipe. Pero lo más bonito de todo, lo más bonito, la Virgen, revestida de flores.

Bibi: Qué mona es mi niña, que se emociona con cualquier cosa. Aunque he de reconocer que sí que tiene un valor estético notable, he sacado un montón de fotos.

Mila: Sí, yo ya he colgado un par en Facebook y ya tienen muchísimos “me gusta”. Aunque personalmente me parece todo muy barroco, a mí me va mucho más el rollo minimalista.

Adri: Desde luego Enrique, con lo guapo que estabas y no has querido salir en ninguna foto.
 
Enrique: No me gustan las fotos en las que puedo verme inmediatamente, le hacen perder toda la magia.

Mila: Vaya pantomima romántica. Es mucho más práctico, así puedes ver si te han salido bien, o no, y entonces repetirla y borrar la anterior. Además te caben muchas más y no ocupan espacio.

Enrique: Sí, dentro de poco todo será digital, iremos a la romería virtualmente. ¿Has pensado alguna vez en las miles de fotos que se sacan cada día y las pocas que llegan a convertirse en papel? Ahora los objetos que manejamos ni siquiera son reales.

Bibi: Cómo que no son reales, mi i-phone es muy real, además los pensamientos tampoco son físicos, y existen.

Enrique: Por reales no me refiero a que no existan, sino a que no los puedes tocar. Antes un libro tenía olor, un disco pesaba, el carrete de la cámara se impregnaba de la luz. Vivimos posiblemente en la época más materialista de la historia, y paradójicamente todo se desmaterializa.

Adri: ¡Pero dónde se habrán metido Blanquita y Arturo! A ver si va a surgir un romance entre ellos.

Bibi: Pues no la habrá conquistado hablando… Además, yo creo que le gusta más ésta (refiriéndose a Mila).
Mila: Qué horror, con lo plomo que es. Además, entre nosotros, le va fatal, desde que le publicaron su primera novela no ha vuelto a publicar nada. Ya ni siquiera escribe en esa revista pretenciosa en la que lo hacía.

Bibi: Pues para haber tenido tan poco éxito se las da gran poeta.

Adri: Con lo bien que habla y cuenta historias seguro que le vuelve a ir bien, ya veréis.

         Entra Arturo tarareando.



Adri: Arturo, ¿dónde te habías metido?

Arturo: En mi propia romería, lejos de las raposas y de la rapiña, con mi fiel y verdadera amiga, la botella. Para esta romería no hace falta esperar a primavera, sólo ir en peregrinación hasta el siguiente bar. (Gritando) ¡Eleuterio, otra copa!

Adri: Estábamos preocupados por ti, ¿has visto a Blanquita?

Arturo: No, y no me importa. Se habrá ido a buscar a otro filólogo que la pasee.

Enrique: Será mejor que te calmes, tal vez hayas bebido demasiado.

Arturo: ¡Ja! claro. De excesos me va a hablar el hombre mesurado. Tú nunca has sabido divertirte. Siempre has sido más soso y más serio... Lo único que haces es trabajar, y trabajar.
 
Mila: Él por lo menos hace algo de verdad, y no (con inquina) vive del cuento.

Adri: Va chicos, calmaos un poco, que estáis muy nerviosos.

Arturo: Y me vais a venir vosotros, fantoches banales, a decirme a mí cómo tengo que vivir, que pasáis por las cosas de puntillas, que sólo acumuláis poder para tener más poder y explotar a la gente que trabaja para vosotros.

Mila: No, si al final será comunista y todo.

Bibi: Eso es muy de poeta.

Entra Eleuterio y cuando se dispone a darle la copa a Arturo éste da un manotazo y la tira.

Enrique: ¡Arturo!

Bibi: ¡Ay qué horror!

Enrique: Te ruego que te tranquilices de una vez por todas. Es mi última advertencia. 

Arturo: ¿Qué, me vas a pegar? Jajajaja (ríe desaforadamente), ya es lo último que faltaría, después de golpearme con vuestro desdén durante años que remataras la faena representándola de verdad. ¡Atención, pasen y vean! Se acerca el clímax de la función, pero no podemos prometerles que no termine en tragedia.

Enrique: Nadie te desprecia, Arturo. Al menos nadie más que tú mismo.

Arturo: Ah, ¿y Eduardo y tú no me despreciabais? Siempre era la pieza sobrante en vuestro magnífico binomio. Tan equilibrado, tan luminoso. Para vosotros nunca estaba a vuestra altura. Y Blanca, la inmaculada e inocente Blanca, tan pura, tan alegre; a ella sí que le hicisteis sitio.

Enrique: Es una cobardía meterse con los ausentes. No tienes derecho a hablarnos así. Nosotros siempre velamos por ti, aun cuando tú demostrabas ser egoísta y mezquino. Pero en el fondo creíamos en ti, sabíamos que ahí adentro en alguna parte, se escondía un niño temeroso que sólo deseaba salir al mundo para que le quisieran, pero no por lo que él era en realidad, sino por lo que podía hacer. Buscaste desesperadamente la admiración, porque la confundiste con el cariño, y fabricaste tu propia cárcel de frustraciones, en la que ahora te encuentras.
Arturo: ¡A vosotros nunca os importé! Ni siquiera a ese puto viejo del alfarero, que durante todo este tiempo creí que había sido la única persona en mi vida que se había acercado a mí de verdad, que había visto en mí lo que de verdad soy. Pero ahora vuelvo y me encuentro con ese maldito busto, ese único rostro que se le iba a quedar en la memoria… ¡Y es el de Eduardo! ¡El del maldito Eduardo! Un tío que, sin estar siquiera aquí, es más importante que yo.

Enrique: El viejo te quería de verdad Arturo, como nosotros, de corazón.

Arturo (se queda perplejo unos momentos y estalla en una negra carcajada): Jajajajajaja ¡De corazón! ¡De corazón! Veremos cómo se le queda el corazón cuando lo que más ama quede hecho pedazos. (Sale)

Mila: ¡Qué mal gusto por Dios! Aunque se veía venir, siempre tuvo algo turbio en la mirada.

Bibi: Tal vez le sentó mal que nos riéramos de su discurso, pero es que fue super cómico. Se toma a sí mismo demasiado en serio, les pasa a muchos de los artistas con los que trabajo, aunque esos por lo menos venden. 

Adri: No seáis malas chicas.

Mila: Es que hay gente que ha nacido sin estrella, y por mucho que luego intenten escalar en sus vidas, siguen siendo unos fracasados. Lo llevan escrito en el ADN. Sólo hacía falta ver a su padre, el borracho del pueblo. De tal palo, tal astilla.

Bibi: Además, todo eso que sabe y que le hace parecer tan pedante, le sería muy útil para ser profesor, pero para una disciplina artística… Hoy en día, necesitas recursos más impactantes para llegar al espectador. La literatura de siempre se ha quedado desfasada.

Mila: Ya ves tú, como si yo tuviera tiempo de andar leyendo, con todas las cosas que tengo que hacer. Estoy siempre superbusy.

Bibi: No entiendo a estos luchadores de las causas perdidas.

Mila: Está claro que lo utilizan como excusa para el fracaso. Lo dicho, con aires de mártir, pero nacido para fracasar.

Enrique (gritando): ¡Ya está bien! (se agitan y quedan perplejas ante la reacción) Os sentáis aquí con vuestras palabras vacías y vuestros frívolos prejuicios, y creéis que podéis reducir a un ser humano a una burda caricatura al servicio de vuestro ego.

Mila: ¡Pero qué estás diciendo Enrique! Si el que se caricaturiza a sí mismo es él. 

Enrique: Lo que acaba de suceder ante vuestros ojos es un retrato del dolor, de la desesperación, y vosotras sólo alcanzáis a ver un chiste sin gracia.

Mila: Sin gracia no, porque mira que nos hemos reído. ¿Eh Bibi?

Enrique: Sí, esa es la pose de este siglo; la risa, la mofa, la burla feroz. Nos reímos de todo porque nada es importante, porque todo es una gran broma, en la que lo único que podemos hacer es reír, reír hasta ahogarnos en el sinsentido de nuestra risa  ¡La carcajada de la Nada resuena en nuestras conciencias!

Mila: Me sorprendes Enrique, si a ti te va todo fenomenal, no necesitas caer en estos discursos fatalistas de idealismos trasnochados. Tú eres mucho más sensato que todo eso.

Enrique: Tú crees eso porque sólo ves al hombre que ha sacado una empresa adelante, el que salía en la foto del artículo de “Expansión”. Pero no es en esa estampa en la que yo me ubico a mí mismo, no es ése el hombre que quiero ser. Tú ves lo que llamas “mi éxito” y no te has preguntado por qué he querido llegar hasta allí.

Mila: ¿Y qué razón vas a tener sino la que tiene todo el mundo?

Enrique: Si quieres conocer mis razones, si quieres saber quién soy, no pienses en el personaje de la foto, en el joven emprendedor que se codea con las élites económicas y políticas. No. Piensa en aquel niño que correteaba por estos rincones con sus amigos queridos, a lomos de la alegría, la inocencia y la ilusión, y los sueños se traducían en hermosos versos, y los versos alimentaban de nuevo a los sueños.

Mila: En la adolescencia todo el mundo quiere ser poeta, pero luego se madura. Lo admirable en ti es que supiste dejar todas esas cosas atrás, y te hiciste un hombre de provecho. Y sin la ayuda de tu padre.

Enrique: Mi padre… mi padre era un hombre austero, severo pero recto, con unos principios muy sólidos. Él, como todos los de su generación, hizo lo que consideró necesario para llevar al país al bienestar del que nosotros hemos disfrutado. Era lo que tenían que hacer. Me dio todo lo que juzgó esencial para mi formación, una excelente educación y amplias posibilidades, pero a pesar de la calidad de la alfombra, ésta era demasiado estrecha e iba en una sola dirección; su precio era la determinación. Él decía que debía devolver a la Sociedad lo que ésta me había dado. Pero yo, de niño, soñaba con escribir, y devolver al mundo lo que éste me estaba regalando. Sentir la brisa marina acariciándome el rostro en la nave de Odiseo, dirigiéndonos errabundos hacia una Ítaca ideal de verdes pastos; aguardar a la puerta de Corina sin más acompañamiento que el de mi lira; prender la mano de Julieta aún candente sobre su lecho eterno; cabalgar a lomos de Rocinante por la suave tarde de La Mancha; batirme desde una barricada junto a héroes inmortales con el pecho descubierto contra la tiranía de la miseria.

Adri: ¿Y entonces por qué no lo hiciste?, con lo bonito que suena.

Enrique: Cuando mi padre me envió a la capital, a la mejor escuela de negocios para que aprendiera a dirigir su empresa, me dirigí hacia delante como un sentenciado a perpetuidad; mis pasos se sucedían uno tras otro mecánicamente. Asumí mi destino. Me encontraba en un lugar rodeado de personas cuyo motor principal era la ambición, la ambición del poder, de la riqueza, del poder por la riqueza y la riqueza por el poder. Hasta que un día entendí que me hallaba en una posición privilegiada. Los poetas clásicos de Grecia y Roma que yo leía y admiraba ocupaban en su época un lugar central en la Sociedad, ellos cantaban porque sus Pueblos los escuchaban. Pero hoy en día eso había cambiado, y si quería tener un impacto en el mundo, tal vez me hallase en el camino adecuado. Muy a mi pesar olvidé mis sueños literarios y decidí convertirme en un hombre de mi época, aprovechar los recursos de los que disponía y dispongo para, desde dentro del sistema, poner mi grano de arena a lo que es bello y bueno. Transformaría mis versos nonatos en acciones manifiestas, mis palabras en hechos, mi ética en política.

Mila: No te hacía tan idealista, yo no creo que un individuo solo pueda tener peso en la sociedad, por eso es todo el mundo tan egoísta, y por eso lo soy yo, y no me avergüenzo de admitirlo. Nos hacen creer que importamos, que tenemos algo que decidir con nuestros votos, pero al final, como siempre, los que mandan son unos pocos.

Enrique: No se trata de lo que es, sino de lo que puede ser. El mundo actual puede haber dejado atrás muchas cosas de las que amo, puede herir mi sensibilidad a menudo, pero no por ello deja de tener un enorme potencial. Por vez primera, la humanidad tiene la oportunidad de comunicarse, de compartir, de avanzar conjuntamente. ¿Acaso no se bebe Coca-cola en todos los rincones del planeta?  Internet puede ser un gran ágora, en el que se discutan y compartan ideas, ideas que no atañen sólo a Atenas, sino al mundo en su globalidad. Hoy más que nunca el mundo no se compone de razas y de etnias, de griegos y de bárbaros, sino que de un conjunto de individuos que forman un todo. El poder del individuo trasciende su voto, el poder del individuo está en sus costumbres y en su día a día. Si es el mercado el que manda, el individuo puede manipularlo con sus hábitos de consumo; si es la prensa, el individuo puede leer otra; si es la política, puede cambiar su voto. La democracia no se limita a las urnas. Creo que ha llegado el momento de que todos y cada uno de nosotros tomemos las riendas, seamos consecuentes, actuemos acorde con nuestra humanidad, digamos ¡basta! Es hora de que todos seamos Terencio, que entre risas dijo: “soy un ser humano, no considero ajeno a mí ninguna de las cosas humanas”. Creo en el hombre.  



         A mitad del discurso de Enrique se ilumina la parte de la escena en la que se encuentra el taller del alfarero y entra Arturo. Coge el mazo de encima de la mesa y se dirige hacia donde se encuentra el busto, justo tras la última frase se escucha el sonido de algo rompiéndose. Sale Arturo corriendo con el mazo en la mano. Vuelve a apagarse la parte de la escena del taller.

         Entra Blanca.

Adri (corriendo hacia Blanca): Ay Blanquita, cuánto drama, menos mal que apareces.

Blanca: ¿Por qué, qué pasa?

Adri (tras un silencio): Arturo… Enrique… Y tú, ¿dónde te habías metido, por qué no has venido a la romería?

Blanca: Estaba en otro lugar. Un lugar al que necesitaba ir.

Adri: Pero habíamos vuelto aquí para la romería, ¿tan importante era que no podía esperar?

Blanca: El Tiempo no espera.

Bibi: Pues te has perdido un pifostio…

Mila: Ya sabía yo que esto de las reuniones con amigos de la infancia…

Adri: Bueno, por lo menos nos hemos vuelto a ver.

         Enrique cae en una silla visiblemente agotado, cubriéndose la frente con una mano.

Blanca (yendo hacia él): Enrique, ¿qué te ocurre?

Enrique levanta la mirada hacia ella, pero vuelve a cubrirse la frente con la mano.

Adri: Pobre Enrique, ha hecho un gran esfuerzo.

Blanca: Sí, ya veo que está agotado. Lleva mucho tiempo cargando él solo con un peso que no sólo a él le corresponde. Lo veo en las arrugas de su mirada.

Adri: Ha dicho unas cosas preciosas, ojalá las hubieras oído Blanquita.

Blanca (sonriendo): De la abundancia del corazón, habla la voz.

         Enrique levanta la mirada hacia Blanca con complicidad y gratitud. 

Entra Arturo desquiciado, riendo como un poseso y con el mazo en la mano.



Arturo: Vaya, pero si estamos aquí todos reunidos, los de siempre, aunque bueno, hemos cambiado al filólogo por la bollera. ¿Sabéis de dónde vengo? ¿Lo sabéis?



Blanca: Déjame adivinar, de hacerte más daño.

Arturo: A mí no Blanquita, a mí no. He ido al taller del alfarero, y lo he matado, con este mismo mazo que aún sostengo entre mis manos.

Blanca: ¿Qué has hecho Arturo?

Arturo: He entrado y he ido directo a por él, ahí estaba, bajo la sábana, la he arrancado de un tirón y me he vuelto a encontrar su mirada altiva, mirándome con el mismo desdén con el que lo había hecho siempre, con esos ojitos que tan loca te tenían. Entonces volví a ver ese corazón, tan vulnerable, tan frágil, tan expuesto… ¡Y lo machaqué, lo machaqué y lo hice añicos! Y ahora, cuando ese viejo vea que la obra de su vida se ha quedado sin su centro esencial, se arrepentirá de haber tenido la arrogancia de haberla creado.

         Entra Eleuterio muy alterado.

Eleuterio: ¡Ay, qué desgracia!, qué desgracia más grande, un tragedia, una tragedia.
 

Blanca: ¿Qué sucede Eleuterio? Está usted muy alterado.



Eleuterio: ¡El alfarero! Lo acaban de encontrar en el prado detrás de la iglesia, el de las amapolas; le ha dado un ataque al corazón. Está muerto ¡Muerto!



         Todos quedan conmocionados, Adri se abalanza sobre el regazo de Bibi, Mila desvía la mirada, Enrique petrificado, y Arturo cae de rodillas.

Blanca: Amapola, sangre de la tierra. 


Fin del Acto III





No hay comentarios:

Publicar un comentario