ACTO
I
Escena 1
Se abre el telón, suena el 3º
movimiento de la 3ª Sinfonía de Johannes Brahms. Entre penumbras una figura
avejentada moldea suavemente el barro que gira en su torno. La música y la luz
se apagan al mismo tiempo, progresivamente.
Escena 2
El
silbido del tren entrando en la estación deshace el silencio en la solitaria plaza
del pueblo. Entra Blanca con una maleta en cada mano, se detiene un momento, y
tras contemplar la plaza en derredor, suspira, dejando caer su mirada hacia el
suelo.
(Entra) Eleuterio: ¡Ay, el tiempo que se me escapa y aún todo por montar!
Comienza
a montar la terraza, cuando se percata de la presencia de Blanca.
Blanca (acercándose): Buenos días. ¿Está don
Severiano?
Eleuterio: Don
Severiano… se fue hace mucho tiempo allá de donde ya no se regresa.
Blanca: ¿Ha muerto,
entonces?
Eleuterio: Cinco años
ha, Dios le tenga en Su Gloria.
Blanca: Vaya, es una
lástima. Era una persona entrañable.
Eleuterio: Pocas
mejores que él he conocido.
Blanca: ¿Y cómo se
llama usted, y de qué pueblo es?
Eleuterio: Eleuterio, y
soy del otro lado de la Sierra, un pueblo muy pequeñito, sólo un poco mayor que
éste.
Blanca: ¿Y qué le
trae por aquí?
Eleuterio: La
necesidad, uno tiene que buscarse la vida. Allá en mi pueblo ya no hay a quién
servir. Al principio marcharon los jóvenes, y luego, poco a poco, se fueron
yendo los mayores, uno tras otro, pero ya no nos sorprendía, parecía que hacía
mucho tiempo que se estaban despidiendo. Ahora allí, ya no queda nadie. Es como
un gran robledal, al que, a pesar de haber estado abrazado a sus hojas durante
todo el otoño, le hubiera llegado por fin el invierno.
Blanca (le mira atentamente): ¿Y ya no volverá
la primavera?
Eleuterio: Tal vez la
primavera sea para los capullos y las flores, e incluso para los hombres, pero
no sé yo si vuelve a los pueblos.
Blanca: Pues en mi
caso, la primavera fue la época en la que más feliz fui aquí.
Eleuterio: Ya veo
entonces por qué ha vuelto usted ahora, el prado de detrás de la iglesia está
cubierto de amapolas.
Blanca (absorta): “Amapolas, sangre de la
tierra…”
Eleuterio: ¿Disculpe?
Blanca: No… Nada
nada. Cosas mías.
Eleuterio: Y bien, ¿desea
tomar algo?
Blanca: Gracias, póngame
un café con leche, si es tan amable.
Sale
Eleuterio.
(Entra) Arturo: ¿Blanca? ¡Blanquita! ¿Cómo tú por aquí?
Blanca: Pues no sé,
creo que había quedado con alguien, pero con la cabeza que tengo a lo mejor me
he equivocado de año.
Arturo: No, hahaha,
yo soy escritor, y cosmopolita es aquél que no pertenece a ningún sitio y a
todos a la vez.
Eleuterio: Pues sí que
me vengo dando cuenta yo de que la gente ya no sabe muy bien dónde están sus
raíces.
Blanca: En realidad
somos ambos de aquí, de Navavieja, pero hará diez años nuestros caminos nos
llevaron lejos de este pueblo, en el que crecimos. A nosotros dos, y a los que
están por llegar.
Arturo: Por cierto,
¿qué sabes de ellos, has mantenido el contacto a lo largo de estos años?
Blanca: Pues no
mucho la verdad, sólo la sempiterna felicitación navideña de Adri, y un
contacto muy superficial con el resto a través de internet.
Eleuterio: Entonces,
¿van a ser ustedes muchos?
Arturo: Pues por lo
menos por lo menos, fiables, lo que se dice fiables, tres más, porque… (mirando a Blanca) ¿Eduardo?
Blanca
aparta la mirada, Eleuterio sale.
Entra
Enrique, se acerca a la terraza y se detiene contemplando a la pareja.
Blanca: ¡Enrique! (se levanta y le da un abrazo) ¿Cómo
estás? Pero bueno, qué elegante.
Arturo: Caballero (estrechándole la mano y terminando por
abrazarle) Me alegro de verte, Rey Midas.
Enrique: Y yo a
vosotros. (Suspira y mira alrededor)
Este sitio sigue igual, parece como si el tiempo se deslizase fuera de sus
límites, como si sus límites no los marcara el valle, el río y la casa del
alfarero.
Arturo: Je, al fin y
al cabo el tiempo no es más que una ilusión. Tal vez en este lugar, que es
nuestro origen, se nos presenten las cosas en su carácter más esencial.
Blanca: Pues hay
cosas que ya no siguen igual. El pobre don Severiano ya no está. Falleció hace
unos cinco años, según me acaba de contar el camarero.
Arturo: Muchos
habrán pasado ya a mejor vida. Cuando nos fuimos de aquí, el deporte favorito
de la gente más joven que quedó, era el dominó.
Blanca: Es una
lástima, pero hay que hacerse a la idea de que las personas a las que se trata
un día, el día siguiente pueden no volver.
Enrique: Es cierto,
¿sigues en el mismo hospital, el que estaba a la orilla del mar?
Blanca: Sí, en el
mismo. Desde que me cambié tras terminar la especialidad no me he movido de
allí.
Arturo: Médica
cirujano, cardiovascular… Tiene que ser una sensación excitante hendir la hoja
en la carne palpitante de alguien cuya vida late entre tus dedos.
Blanca: Excitante no
es la palabra que yo emplearía.
Enrique:
Trascendente, tal vez.
Blanca: Bueno
chicos, ¿queréis tomar algo?
Enrique: Un café.
Arturo: Yo prefiero
un carajillo.
A lo lejos se escuchan dos voces
femeninas.
Adri: Ay, ay, ay,
la casa de Doña María, ay la plaza, ay la fuente…
Bibi: Este pueblo
parece salido de una película de Almodóvar.
Blanca: ¡Adri!
Arturo
se sobresalta sorprendido.
Blanca: Encantada de
conocerte.
Arturo: Vaya, no
sabía que tuvieras… pareja.
Adri: Sí, llevamos
cuatro años juntas, ay chicos, es una historia tan romántica… como de cuento de
hadas. Nos conocimos en un crucero maravilloso surcando el Mediterráneo.
Bibi: Bueno, más
que un crucero un ferri, de Barcelona a Marsella.
Bibi: Resumiendo, que
nos metimos en el camarote y no salimos hasta llegar a Marsella.
Adri: Y de
Marsella, directitas al cielo.
Arturo: Vaya, pues
sí que llegasteis pronto, a Dante le costó dos volúmenes de transición.
Bibi: ¡Ay por
Dios, qué antiguo! Estamos en el siglo XXI, ya nadie se inspira en Dante para
hacer arte.
A lo lejos se oyen bocinazos.
Enrique: ¿Y dónde se
encuentra tu galería?
Bibi: Pues mira,
en el centro, en un edificio antiguo superchulo; está que se cae a pedazos,
pero es lo más in, con vigas de
madera originales en el techo, y pared a obra abierta. Tiene un aire así como a
loft de New York, pero con más estilo, ya sabes, europeo, que estos
americanos al final son unos horteras.
Se
oye el ruido de una maleta con ruedas acercándose.
Adri: ¡Milagritos!
¡Qué ilusión! Mira Bibi, ésta es Milagritos, mi vecina. De la panadería de sus
padres salía el mejor pan de la comarca.
Mila (tajante): Milagritos belongs to the past. Si no te
importa, “Mila”. Y no me hables de pan, que cada vez que paso cerca de una
panadería, el olor me hace sentirme enjaulada.
Arturo: Oh, ésas son
las únicas jaulas verdaderas; la del olfato, la visión, el tacto… los sentidos.
Somos cautivos de nuestros sentidos.
Mila: Sí, desde
luego se puede decir que algunos están cruelmente encerrados en su cuerpo.
Blanca: Bueno
chicos, ¿os parece que nos sentemos y tomemos algo tranquilamente?
Adri: Sí, que
tenemos que ponernos al día de todo.
Mila (mientras todos se sientan): Vale, ¿quién
sirve aquí?
Enrique (que se disponía a sentarse vuelve a
erguirse, causando la sorpresa de Mila): Será mejor que vaya a pedir
adentro, será más rápido. (Sale)
Mila: Vaya, el
príncipe se disfraza de criado.
Arturo: El príncipe del viento.
Blanca: Y del Sol.
Mila: Y de la
inmensa cuenta corriente que le ha permitido comprarse ese chalet en la sierra.
Blanca: A ti tampoco
te ha ido mal, ¿verdad?
Mila: Pues no
querida, no me ha ido mal, pero cuando trabajas tan intensamente como yo, y te
hablo de horas y horas, no como el típico obrero que termina su turno y se
puede ir a casa a descansar y a ver la tele; no, no puedes permitirte relax. Mi
profesión me exige que me lleve el trabajo a casa. No puedes desconectar, está
el proyecto siempre bullendo en tu cabeza. Las grandes empresas dependen de
nosotros, los creativos, para vender sus productos. En el mundo de hoy, si no
estás en los medios, no existes.
Arturo: Eso me decía
siempre mi editor, pero yo le replicaba que los escritores tenemos que
concentrarnos en nuestra obra, en escribir nuestra obra, y no en preocuparnos de
quién y de cómo nos van a leer.
Entra
Enrique.
Bibi: Pero sin
público, no escribes más que para tirarlo al vacío. Mira, yo en mi círculo
trato con muchos artistas, y sólo los que hacen de su persona su obra
principal, son los que triunfan.
Blanca: Entonces qué
sugieres, ¿que el artista forma parte de la obra de arte?
Bibi: No, que la
obra empieza y termina en el artista. Porque no es hasta que el artista recibe
las felicitaciones del público, cuando se da por completada la experiencia
artística.
Enrique: Nunca he
visto al Greco en el Prado recibiendo las felicitaciones de nadie.
Arturo: Además, la
literatura no es como otras disciplinas artísticas; es, por definición,
solitaria. Sólo en las ferias, cuando firmamos libros, recibimos la admiración
del público.
Adri: Pues mira
Bibi, a mí este vaso me recuerda a la última exposición de tu galería, ésa de
las fotos de vasos medio llenos o medio vacíos, ¿cómo se llamaba? Ah sí, era
“El Yo Seco: desamparo; el Yo húmedo: esperanza”.
Blanca: Enrique, antes
estábamos hablando de ti. ¿Cómo te va con tu empresa? ¿Estás satisfecho?
Enrique: Sí, aunque
siempre se pueden hacer las cosas mejor.
Mila: Bájate del
tren Enrique, que no estamos en una junta de accionistas. No es ningún secreto
que te has hecho de oro. El otro día estuve leyendo un artículo sobre tu
empresa en el “Expansión”, y remarcaban tu magnífico crecimiento con respecto a
tus competidores.
Blanca: Siempre
creímos que entrarías a trabajar en la empresa de tu padre; es muy admirable
que decidieras fundar tu propia empresa, con el riesgo que eso conlleva.
Los
amigos miran a Blanca.
Adri: Sí, es una
pena que Eduardo no haya venido. La verdad es que aún tenía la esperanza de que
apareciese. (A Blanca) ¿Sabes cómo le
va?
Blanca (languideciendo): Hace bastantes años que
no sé nada de él.
Enrique: Hace un par,
yo recibí una carta suya. Sigue en la Universidad de Jena, o por lo menos
seguía entonces. Me adjuntó un poema precioso que había traducido, de Horacio.
Arturo (citando): “(…) Mientras hablo, el tiempo
celoso habrá escapado, goza del día y no jures que otro igual vendrá después.”
Enrique: No, no
trataba el “Carpe Diem”, era un poema moralista.
Arturo: Vaya, pues sí
que ha cambiado con los años el bueno de Eduardo.
tú,
Blanquita, nos contabas de una forma tan dulce que supiste que estabas
enamorada de él, cuando te explicó por primera vez el origen de una palabra.
Por cierto, ¿cuál era?
Blanca (esquiva): No sé, la he olvidado.
Mila: Ufff, qué deja vu, ya estáis otra vez con la
etimología.
Adri (a Blanca): Me dio mucha pena cuando me
enteré que habíais roto, eráis la pareja perfecta, os imaginaba envejeciendo
juntos.
Mila: Sí, pero eso
ya pasó, hablemos de lo que importa: el presente. ¿No te despertarás sola todas
las mañanas?
Blanca: Sola no, con
Chopin; se sube a mi cama todas las noches.
Arturo: ¿Se sube? Sí
que has desarrollado un gusto excéntrico.
Blanca: Es mi gato, aunque
en realidad sólo lo veo en la cama.
Mila: Esos son los
mejores; los que sólo tratas en la cama.
que
estoy con Adri, no echo nada de menos el pendoneo.
Mila: Yo valoro
por encima de todo mi independencia, es que pienso en despertarme al lado de la
misma persona cada mañana, y me da algo. Eso del matrimonio era para nuestras
abuelas.
Adri: Qué fuerte
eres Mila, yo soy todo lo contrario, desde que vivo con Bibi me siento mucho
más segura de mí misma.
Blanca: No todo el
mundo sabe estar solo. Aunque todo se aprende.
Arturo: Corregidme
si me equivoco pero, salvo Adri y Bibi ¿ninguno de nosotros tiene pareja
estable, verdad? (Se miran entre ellos un
momento) Pintoresco el cuadro, desde luego. Hace unas décadas era
prácticamente imposible que en esta misma plaza, se hallasen seis personas de
nuestra edad de las cuales cuatro, no estuviesen casadas.
Bibi (tras un breve silencio): A ver,
explicadme, cómo va esto de la romería.
Enrique: ¿Has oído
hablar de la del Rocío?
Bibi: Sí, algo he
visto en las noticias.
Mila: Supersticiones
de la arcaica España rural.
Enrique: No exentas,
no obstante, de un halo misterioso y antiguo que parece trasladarte atrás en el
tiempo.
Bibi: A mí el
folklore me encanta, y además se está volviendo a poner muy de moda.
Arturo: Irónico que
el folklore, que sienta sus bases en la tradición, sea envestido con los
efímeros disfraces con que se entretiene la moda.
Blanca: Después de
las ofrendas, se bebe vino en copas de arcilla; una copa por cada fanega de
tierra que se posee. Y una vez degustado el vino, se arroja la copa contra el
suelo. Así vuelve a la tierra.
Enrique: De la que se
ha bebido y de la que se espera comer.
Adri: Me pregunto
si aún seguirá haciendo las copas el alfarero.
Arturo: Es muy
probable, ¿quién si no?
Mila: ¿Pero
seguirá siendo el mismo?
Arturo: Nunca tuvo
un aprendiz, y que yo sepa no tenía intención de instruir a ninguno.
Enrique: Amaba la
soledad, diría que por encima de todo, salvo la tierra a la que daba forma.
Blanca: ¿Y sus
libros? Tenía una buena biblioteca, ¿no?
Enrique: Desde luego,
y mucho aprendimos de aquellos viejos libros de páginas amarillentas. De ahí se
podría decir que viene nuestra vocación… Es decir, la vocación de escritor de
Arturo, la de filólogo de Eduardo, y mi pasión por la lectura. Pero creo que yo
nunca le vi leyendo, ni una sola vez.
Adri: Lo que yo no
entiendo es cómo os ganasteis su confianza vosotros tres, con lo huraño que
era. Apenas se relacionaba con el resto del pueblo. Fíjate que ni siquiera
acudía a la romería para la que él mismo moldeaba las copas.
Arturo: Y era el
único ausente de todo el pueblo. Yo creo que el viejo nos tomó cariño justo a
los tres chicos porque se sentía solo, y su deseo hubiera sido tener un hijo
varón.
Enrique: ¿Alguna vez
te sugirió algo en ese sentido?
Arturo: No, es tan
sólo una intuición.
Adri: A mí es que
me daba miedo. Siempre tan apartado de todo el mundo. Podían pasar meses y
meses en que no lo veías ni una vez, y cuando de repente aparecía no hablaba
con nadie.
Blanca: Me pregunto
cómo será su voz.
Enrique: Seca y
profunda, arrugada.
Arturo: La primera
vez que la escuché, la esperaba cargada de ira; no en vano nos habíamos colado
en su casa, en una cálida noche de verano, y habíamos manoseado sus
herramientas. Sin embargo, se acercó a mí con paso sereno. Desde el otro
extremo del taller lo vi, portando una vela a punto de consumirse,
aproximándose con la mirada intensa fija en mí. Me puso la mano en la cabeza y,
con sorprendente ternura, me dijo algo extrañísimo.
Adri: ¿Qué te dijo?
Blanca: “Muchacho, en
el tiempo en el que esta vela lleva encendida, he imaginado miles de rostros,
pero una vez se haya extinguido, sólo uno quedará en mi memoria”.
Fin del Acto I
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