martes, 11 de marzo de 2014

A veces la vida nos hace regalos inesperados




A veces la vida nos hace regalos inesperados. Paseando este fin de semana por Gracia, con un amigo que es tan bueno como viejo, vi a lo lejos una caja con libros. Desde la distancia parecía no tener mucho interés, Ken Follet, Dan Brown, y demás best-sellers de esos que editan en enormes ediciones de tapa dura, que no pueden tener otra intención que hacer que el lector se sienta bien por leerse un libro tan grande. Sin embargo, no dudé en acercarme a mirar, me declaro adicto a los libros. Paseando mi mirada entre los lomos hubo uno que resplandeció. Y lo hizo no por ser brillante en sí, es de colores grises y mates, pero tenía un aurea, una gracia, que poseen ciertos libros. Los que sois amantes de la literatura me entenderéis. Al acercarme lo vi. “Las mil y una noches”.
Creo que como colección de cuentos la recopilación árabe, de tan mistérica procedencia, es insuperable. Toda su milenaria tradición de cuenta cuentos está contenida en esas páginas. Scherezade narra llevándote por dimensiones que se van perdiendo las unas en las otras, abriéndose en espirales, transformándote por arte de magia en una princesa hermosa como la luna llena, para acto seguido convertirte en un barbero de Damasco, de repente eres un mercader de dátiles en Bagdad y de ahí pasas a navegar con Simbad el Marino, al momento un denso halo de humo, procedente de una lámpara de un genio, te transporta a Diyarbakir, donde saboreas un deliciosa y jugosa sandía mientras una bellísima mujer recita viejos versos árabes acompañada por la lira. No es posible mayor sensualidad.
Yo tengo una edición que me regalo otro gran amigo mío, y a la que tengo especial cariño, ya que la leí en aquellos tiempos en que me hacía llamar Omar y vivía en constante movimiento entre el Cairo y Estambul, vestido de árabe. Recuerdo esos tiempos como vivir en un sueño, en el que era difícil distinguir cuando el libro estaba abierto entre mis manos y cuando no. Recuerdo Siria, y como cuando paseaba por el zoco de Aleppo, ese mágico hervidero de vida por el que, tal vez por ser el mayor zoco cubierto del mundo, el tiempo había resbalado sin rozarlo. Recuerdo como cada veinte pasos oía mi nombre, Omar, y a este le seguían largos saludos con besos y musicales Al-hamdulilah, que llenaban la boca sonora vibración. Recuerdo como tras cada recodo esperaba un café, o una tetera llena, de cariño y conversación.
Los árabes me enseñaron el secreto de la hospitalidad. Es tan importante saber darla como recibirla. Recibirla es todo una arte, y requiere más que darla. Sin embargo, al tener este libro en las manos, agradecí a la vida el regalo, pero en seguida supe que debía entregárselo a ese compañero de camino, peregrino de perilla romántica, que tanto me ha dado en estos últimos cuatro años. No se me ocurre mejor regalo que hacerle. Él, con la gracia que caracteriza a su alma de poeta, aceptó el presente con ilusión y elegancia.
Esta es la dedicatoria que le puse:

Por Borges,
por ti,
por mí,
porque sabes que en el silencio oculto
entre estas líneas,
cual ondulado humo
ascendiendo desde la lámpara del genio,
surge mi esencia.

Te quiere,




A.M.B.
Marzo de 2014





  

No hay comentarios:

Publicar un comentario