A veces la vida nos hace
regalos inesperados. Paseando este fin de semana por Gracia, con un amigo que es
tan bueno como viejo, vi a lo lejos una caja con libros. Desde la distancia parecía
no tener mucho interés, Ken Follet, Dan Brown, y demás best-sellers de esos que
editan en enormes ediciones de tapa dura, que no pueden tener otra intención
que hacer que el lector se sienta bien por leerse un libro tan grande. Sin
embargo, no dudé en acercarme a mirar, me declaro adicto a los libros. Paseando
mi mirada entre los lomos hubo uno que resplandeció. Y lo hizo no por ser
brillante en sí, es de colores grises y mates, pero tenía un aurea, una gracia,
que poseen ciertos libros. Los que sois amantes de la literatura me
entenderéis. Al acercarme lo vi. “Las mil y una noches”.
Creo que como colección de
cuentos la recopilación árabe, de tan mistérica procedencia, es insuperable. Toda
su milenaria tradición de cuenta cuentos está contenida en esas páginas. Scherezade
narra llevándote por dimensiones que se van perdiendo las unas en las otras, abriéndose
en espirales, transformándote por arte de magia en una princesa hermosa como la
luna llena, para acto seguido convertirte en un barbero de Damasco, de repente
eres un mercader de dátiles en Bagdad y de ahí pasas a navegar con Simbad el
Marino, al momento un denso halo de humo, procedente de una lámpara de un genio,
te transporta a Diyarbakir, donde saboreas un deliciosa y jugosa sandía
mientras una bellísima mujer recita viejos versos árabes acompañada por la
lira. No es posible mayor sensualidad.
Yo tengo una edición que me
regalo otro gran amigo mío, y a la que tengo especial cariño, ya que la leí en
aquellos tiempos en que me hacía llamar Omar y vivía en constante movimiento
entre el Cairo y Estambul, vestido de árabe. Recuerdo esos tiempos como vivir
en un sueño, en el que era difícil distinguir cuando el libro estaba abierto
entre mis manos y cuando no. Recuerdo Siria, y como cuando paseaba por el zoco
de Aleppo, ese mágico hervidero de vida por el que, tal vez por ser
el mayor zoco cubierto del mundo, el tiempo había resbalado sin rozarlo. Recuerdo como
cada veinte pasos oía mi nombre, Omar, y a este le seguían largos saludos con
besos y musicales Al-hamdulilah, que llenaban la boca sonora vibración. Recuerdo como tras cada recodo esperaba un café,
o una tetera llena, de cariño y conversación.
Los árabes me enseñaron el
secreto de la hospitalidad. Es tan importante saber darla como recibirla.
Recibirla es todo una arte, y requiere más que darla. Sin embargo, al tener
este libro en las manos, agradecí a la vida el regalo, pero en seguida supe que
debía entregárselo a ese compañero de camino, peregrino de perilla romántica,
que tanto me ha dado en estos últimos cuatro años. No se me ocurre mejor regalo
que hacerle. Él, con la gracia que caracteriza a su alma de poeta, aceptó el
presente con ilusión y elegancia.
Esta es la dedicatoria que le
puse:
Por Borges,
por ti,
por mí,
porque sabes que en el silencio
oculto
entre estas líneas,
cual ondulado humo
ascendiendo desde la lámpara
del genio,
surge mi esencia.
Te quiere,
A.M.B.
Marzo de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario