A
mi ahijadita Pía, que la quiero muchísimo.
Odi la semilla
Ilustración de Sophie Mason
Odi era una semilla de diente de león. Nació en un
prado verde de las montañas, entre rojas amapolas y violetas. Aunque hacía
mucho frío, ella estaba siempre calentita, ya que pasaba los días y las noches
abrazada a sus hermanas, y juntas formaban un jersey de algodón con forma de
pelota.
Era muy feliz, quería mucho a sus hermanas y se llevaba muy
bien con todos los habitantes del prado: con Molly la amapola, Sally la
violeta, Vince el abejorro, Lola la libélula, Víctor el escarabajo…
Una noche, de repente, el Viento comenzó a soplar fortísimo,
y sonaba como el aullido de un lobo en las noches de luna llena. Y sopló y
sopló, cada vez con más fuerza, y una a una se fue llevando a todas las
hermanas de Odi. Se quedo sola. Tenía mucho miedo y se agarraba a su madre con
todas sus fuerzas, pero el Viento es mucho más poderoso que una pequeña
semilla, así que al final se la acabó llevando.
Tenía mucho frío y estaba muy asustada. Hasta entonces su
único movimiento había sido suave, meciéndose en la agradable brisa de la
tarde, agarrada a sus hermanas. Ahora flotaba sola y a toda velocidad por la
noche oscura.
Tras la larga noche por fin llegó la luz, y comenzó a
dibujar un precioso paisaje que Odi no había visto jamás. Primero en tonos
grises, y luego, cuando el sol asomó su sonriente y amarilla cara por el
oriente, en miles de colores. Nuestra pequeña amiga se quedó fascinada, era tan
bonito lo que veía que se le olvidó el miedo.
Se acordó de Robin, un simpático y colorido pájaro que se
había posado junto a ella una vez en el prado. Odi, sorprendida por este nuevo
personaje que no conocía, le preguntó de dónde venía.
-Del cielo- pió Robin.
-Pero en el cielo no viven más que el sol, las estrellas, y
la luna- contestó Odi.
-También vivimos los pájaros, ya que nos dieron alas para
volar- cantó alegre Robín.
Se dio cuenta entonces de que como Robin, estaba volando, ¡y
eso que no tenía alas! Ya no se sentía sola, ni desabrigada, ni desprotegida,
ni asustada; ahora se sentía libre. Y eso la hacía muy feliz, más de lo que
nunca había estado.
Voló alta en el cielo, por encima de valles y montañas, de
ríos y de lagos, de profundas gargantas y de suaves lomas. Vio cabras con
curvados cuernos colgadas de las cimas rocosas, caballos cabalgando por verdes
praderas, vacas pastando tranquilas, ovejas balando tras su pastor; zorros,
gatos, gallinas, ratones; águilas que volaban aún más alto que ella dibujando
enormes círculos en el cielo… También vio muchos árboles diferentes: afilados
chopos, magníficos robles, generosos castaños, pinos que cosían el aire,
desnudos alcornoques, retorcidos olivos viejos, redondeadas encinas…
Un día llegó al Mar, y le impresionó mucho su profundo color
azul. ¡Era inmenso! Mucho más grande que nada de lo que hubiera visto antes.
Cantaba y su voz se parecía a la del Viento, pero era más grave. Su movimiento
le recordó al mecer en la suave brisa, abrazada a sus hermanas, en el verde
prado de las montañas. Por primera vez en mucho tiempo se sintió triste, las
echaba de menos. También se sintió cansada.
El Viento, que tras tanto viajar juntos le había tomado
cariño, lo notó y le dijo con voz de silbido:
-Es hora de que nos separemos y nos digamos adiós.
Entonces dejo de soplar y nuestra pequeña amiga comenzó a descender,
hasta que cayó en una verde isla al otro lado del mar. Triste y sola Odi se
quedó dormida, y la Tierra, siempre hambrienta, se la tragó.
Al despertar y verse enterrada y a oscuras se asustó mucho. Estaba
atrapada. Pero entonces se acordó de aquella larga noche en que comenzó a volar,
y como cuando salió el sol, con su sonriente cara
amarilla, se fue la oscuridad. Así que valiente, comenzó a empujar con todas
sus fuerzas para salir de la tierra y volver a la luz. Y empujó, y empujó, y
empujó…
Tanto empujó que consiguió brotar, y su cabeza asomó por
encima de la tierra. De nuevo sintió la cálida luz del sol en su cara y de
nuevo pudo respirar el aire fresco.
Lo que Odi no sabía es que ya no era una semilla, se había
transformado en una preciosa flor amarilla.
A.M.B.
Enero
de 2014
Menos mal que el pájaro no tenia hambre, si no Odi tendría que haber preparado bien la huida.
ResponderEliminarPeor hubiera sido si Odi fuese un gusano, entonces si que se la hubiera zampado. Yo creo que con Odi la semilla se hubiera atragantado.
EliminarCierto, aunque para volar tendría que haber sido polilla, y solo tu eres capaz de encontrar belleza en semejante bicho asqueroso
EliminarFabuloso cuento, con muchas lecciones que aprender.
ResponderEliminarMe han entrado unas ganas locas de viajar......