viernes, 19 de abril de 2013

Epístola a Epicuro




La Casa de la encinas, Abril de 2013


A.M.B. a Epicuro, salud.

Ante todo quiero expresarte mi admiración. Las respuestas que encontraste a los problemas de tu tiempo superan con creces a las que propusieron las demás escuelas contemporáneas a ti: el estoicismo o el escepticismo. En vez de aceptar la existencia como un tren que recorre las vías trazadas por el destino, o los caprichosos designios de los dioses, decidiste encontrar soluciones aplicables al hombre, mostrándole el camino de una vida plena y satisfactoria.
La época que me ha tocado vivir se parece mucho a tu época helenística, así es como la hemos denominado con el tiempo, con la única diferencia radicando en que nosotros no venimos de un pasado glorioso, como lo fue la democracia ateniense. Nos hacen creer que vivimos en democracia, y en libertad, pero somos pocos los que conseguimos la autarquía. La mayoría de la gente, a pesar de saber leer y escribir, y haber sido educados, viven sus vidas subordinados a los designios de los poderosos. Los deseos naturales necesarios están cubiertos casi por decreto, y la gente dedica sus vidas a satisfacer los deseos naturales no necesarios y los deseos no naturales. Se identifica la felicidad y el placer con la opulencia, con el lujo, con el dinero. Los héroes de mi época son gente que poco o nada ha hecho por merecer la fama adquirida. Cuánto bien le haría a mi sociedad leerte, cuánto bien le haría entender que el verdadero placer está en la quietud del alma, en la ausencia de turbación, en las carencias satisfechas con simplicidad, en el silencio.
Pocos entienden el concepto de la autosuficiencia, y en lugar de ello aumentan sus necesidades, de tal forma que explotamos los recursos del planeta hasta el punto de casi agotarlos. Es una época de desenfreno en la que la filosofía ha sido relegada a un segundo plano, hasta el punto en que el hombre actúa a ciegas, tomando decisiones que repercuten a la humanidad entera, sin la necesaria capacidad crítica para la reflexión. Porque, querido Epicuro, el hombre se ha hecho tan poderoso que es capaz de tiranizar la naturaleza, con el solo movimiento de un dedo presionando un botón se podría destruir vastas extensiones del planeta.
Cuando la gente habla de placer, sólo conciben el placer cinético, es decir, en movimiento. Y nunca como procesión de suprimir el dolor, o la turbación, sino como aquél que colorea y diversifica el placer. El tiempo se ha acelerado tanto que la gente sólo sabe encontrar el placer cuando éste embriaga, ayudándoles así a abstraerse del ajetreo que los envuelve. Si uno menciona la palabra hedonismo, se entiende como un desenfreno intoxicado de las pasiones, como un sumergirse en el lujo hasta olvidarse de uno mismo. El placer catastemático, esa sensación de reposo tan apacible tras suprimir un deseo necesario, y natural, como el hambre, parece no ser suficiente para el hombre común. Y subrayo lo de común, ya que hasta el momento he adoptado un tono en la epístola que podría interpretarse como fatalista, pero en ningún momento de mi vida lo he sido, y no pienso serlo ahora.
El otro día, un gran amigo mío me dijo un proverbio chino que me recuerda, en cierto modo, a como empiezas tu “Epístola a Meneceo”, y dice así: “El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años, el segundo mejor momento es ahora”. Creo que no es tarde para que volvamos a la filosofía, que tenemos una oportunidad, como nunca se ha tenido, de aprender a vivir coherentemente, de entender, por lo menos, el porqué de lo que hacemos y sus consecuencias. En ese sentido me apunto a tú protéptico, aunque propongo, en importantes matices, una filosofía muy diferente a la tuya, como ya se irá viendo en el desarrollo de este escrito.
Como tú, creo que la filosofía debería ser práctica, y estar al servicio de la ética, el fruto de tu jardín. Para ello es necesaria la física, y la metafísica, que serán el árbol que en él crezca. Sin embargo dónde discrepo es en la canónica, que forma los muros que separaban a tu huerto de ese mundo tan hostil; pero sobre ello ya volveremos más adelante.
Durante siglos se ha temido a la muerte, y en consecuencia a la vida. Pocos han entendido esa idea tan simple y acertada que tú propusiste: cuando la muerte llega, nosotros ya no estamos, y cuando vivimos, la muerte no está. Una idea que en tus propias palabras: “hace dichosa a la vida”. Montaigne, un filósofo muy posterior a ti, escribió que debemos aprender a aceptar gozosamente la finitud de la vida, a vivir en la gozosa aceptación de nuestro ser mortal. No obstante, parece que hayamos olvidado que tenemos límites, y que estamos amasados de finitud, y eso ha causado gran miedo, gran turbación. A consecuencia de ello, se crearon teologías que monopolizando la eternidad, usaron su poder y su control para beneficio de unos pocos. Cierto es, que para muchos, esas teologías significaron esperanza, un clavo ardiendo al que aferrarse para sobrevivir en un mundo irreconciliable que les sobrepasaba, y en el que poco o nada influía su determinación. Mas fue a un precio desorbitado: la libertad.
Ha habido escuelas filosóficas, casi contemporáneas a mí, que han defendido que el hombre es necesariamente libre, que la existencia precede a la esencia, eliminando así todo determinismo. Me parece una filosofía muy atractiva, pero en realidad creo que es más una reacción ante unos paradigmas sociales que una realidad. En ese sentido, de nuevo me parece muy acertada tu visión sobre el destino, en la que dices que el futuro no es ni del todo nuestro, ni del todo no nuestro. Nacemos con una serie de tendencias, con esencia propia e irrepetible, pero como diría Aristóteles, esas tendencias las podemos domar, es el hábito el que forja el carácter, y en ello radica nuestra libertad. El ser humano tiene la capacidad de desarrollarse a lo largo de su vida, de ser mejor día a día, de acercarse a ese ideal de vida isoteísta. Somos libres de convertir nuestras vidas en algo divino, de vivir como dioses.
Y ahora hemos llegado al tema central de mi carta, al momento en que armado de valor, mirándote directamente a los ojos, y a pesar de que seas un hombre consagrado que ha sobrevivido al paso del tiempo, te ofreceré mi punto de vista, diferente al tuyo.

Vana es la palabra del filósofo que no cura algún mal en el alma. Si me permites cambiaré sutilmente tu sentencia, pero de forma que necesariamente no sea la misma: vana es la palabra del filósofo que no cura algún mal en el Alma. Porque hay dos tipos de alma: el alma individual de cada uno de nosotros, y el Alma. Alma de absolutamente todo, de todos los seres humanos que existen, han existido, y algún día existirán, de los animales, de los árboles y las flores, de las estrellas, la luna y el sol; del universo entero. Los dioses ya no están ocultos, no creo que lo estuvieran en tu tiempo, pero ahora se hace más obvio que nunca antes. El siglo XX ha sido una etapa de negación y rechazo, hasta el punto que se ha llegado a negar a la divinidad. Durante milenios el hombre vivió sometido a una férrea teocracia, aún hoy existen sociedades que siguen bajo el yugo de ese Dios lejano, mas omnipresente, que se expresa dogmáticamente a través de supuestos sabios embriagados de poder. Como reacción a todo ello, muchos hombres decidieron rechazar la divinidad y lo sagrado, viviendo en un ateísmo que no terminó nunca de ser del todo coherente, y que a menudo cayó en el nihilismo. A consecuencia de ello, el arte sufrió, y la sociedad se vio navegando a la deriva esclava del tortuoso oleaje de una mar enfurecida.
Sin embargo, siento en mi generación, la primera del siglo XXI, la necesidad de redefinir a la divinidad, de reunirse con Dios. No buscamos un Dios en lo alto, ni tampoco un conjunto de dioses antropomórficos que designan nuestro sino según sus caprichos. No, la divinidad que hemos encontrado está entre nosotros, en los detalles más íntimos de la vida: en una comida preparada con amor por una madre, en la sonrisa de una mujer hermosa, en la conversación con un amigo, en el coqueto volar de una golondrina. La divinidad no está oculta, Epicuro, está en todo, y para verla no hay más que dirigir la mirada hacia el lugar adecuado. Y si tan sólo hubieras cazado un reflejo de ella, se hubieran destruido los muros de tu jardín, conectándote de nuevo con el mundo, que por mal que estuviera, hubiera sido bañado de clara luz. Una luz que lo habría empapado todo de una nueva y renovada esperanza.
Los antiguos sobrevalorasteis la razón, esa razón que construyó los muros de tu jardín a través de la lógica. La razón es poderosa, es una eficaz herramienta para enfrentarse a las grandes cuestiones de la vida. Sin embargo, no sirve para entender a la divinidad, pues la divinidad es música, y por mucho que se intente explicar la música a través de la razón, nunca la lógica podrá abarcar los sentimientos que hacen que ésta nazca, ni las emociones que produce en quien la escucha. No se puede explicar lo inefable, pero sí se puede sentir, y un solo instante expuesto a ella hace que toda una vida valga la pena, un solo reflejo de la verdadera belleza se transforma en una vida entera dedicada al Amor. Y entonces seguimos sin poder explicarla, pero podemos cantarla.
Yo también creo en una vida apartada. De hecho, mi máxima ambición es poder vivir en el campo, tener mi propio huerto, lejos del mundanal ruido, donde pueda oír de nuevo la palabra eterna brotando del silencio, escuchar la música celestial, y cantar con ella. Eso sí, sin muros, sin nada que me separe del mundo al que pertenezco. Y cada uno de mis cantos será un fármaco para el Alma, y tal vez al oírlo, más almas se sumarán a mi canto, cantando con su propia voz, y las palabras de los filósofos se convertirán en canciones de los poetas, y curarán el Alma; a través de nuestra propia creación, nuestra ποίησις (poiesis).
Entonces, y sólo entonces, podremos poner en práctica tu ética hedonista, y entenderemos que el verdadero placer está en la simplicidad de la vida, en vivir bailando al ritmo armónico que nos marca la creación. Entendiendo que suficiente es suficiente. Y la naturaleza del placer dejará de ser negativa, y será positiva, ya que no se centrará en la supresión del dolor en el cuerpo, ni de la turbación en el alma; sino en nuestro poder de creación, y en todas nuestras creaciones nacidas del verdadero Amor, convirtiéndonos en dioses, viviendo como dioses.
Y si para ello debemos sufrir por el camino, sufriremos. Dejaremos de lado la ataraxía, y lucharemos por crear un mañana digno de nuestro potencial. Un mañana que tal vez nunca lleguemos a conocer, pero que conocerán los que vengan después a través de nuestros ojos, ya que ellos son nosotros, como nosotros, somos tú. Ya no sirve esconderse detrás de muros, por mucho que la puerta esté siempre abierta. Ha llegado el momento de nuestro desarrollo hacia la plenitud, de que aprendamos a dirigir la mirada y nos dejemos poseer por la luz, esa luz que desde el amor nos engendró, y a la que a través de él debemos retornar.    
  
Gracias por tu obra, tu ejemplo, y tu vida.

 Con amor, siempre con Amor,
            


A.M.B.
Abril de 2013

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