jueves, 16 de mayo de 2013

A Ernesto Cardenal





A Ernesto Cardenal

Entra el Poeta en el aula magna,
le precede su presencia,
su cano pelo, su aura,
y un aplauso entusiasmado.
Habla de una extraña
mas cálida yuntura,
del que murió en la cruz
y de ese alemán combustible
de tantas revoluciones.
Habla de meses de guerrillas
en una lejana Nicaragua mistérica,
en que extrañas aves tropicales
le hablaban de esperanza,
y en los que tras el ensordecedor
ruido de las AK-47,
se unía con Dios
en el silencio.

Pienso en sus canas,
forjadas a fuego por una vida
plena y luchada,
símbolo del inexorable
paso del tiempo
que avanza irreversible
moldeando la vida;
en cómo cada una de ellas
agranda la p hasta convertirla
en mayúscula,
y hasta las autoridades,
con gran deferencia,
lo llaman Poeta.

Salgo emocionado,
pienso en mi lucha,
tan distinta a la del siglo pasado.
Me miro en el espejo, busco canas;
hallo alguna suelta,
en la barba, en el pelo…
Y pienso en todo el camino
que por recorrer me queda,
y la ilusión se mezcla
con una extraña tristeza
de saber que ese distante aplauso
aún no me pertenece,
y que antes de que llegue
tal vez muera.

Arduo y silencioso
es tu camino, poeta,
largo y solitario,
callado,
mas no desesperes,
pues como dijo Ernesto
el silencio es la unión,
y bien tú sabes
que en cada paso,
en cada verso,
hallas algo superior,
mejor aún que el aplauso:
una honesta realización,
un saber certero
que grita desde tu interior.
Escucha esa voz que no miente
y que te dice
que aportas decididamente
a la colectiva iluminación,
o en términos pretéritos de Ernesto:
a la revolución.




A.M.B.
Mayo de 2013

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