A Ernesto Cardenal
Entra
el Poeta en el aula magna,
le
precede su presencia,
su
cano pelo, su aura,
y
un aplauso entusiasmado.
Habla
de una extraña
mas
cálida yuntura,
del
que murió en la cruz
y
de ese alemán combustible
de
tantas revoluciones.
Habla
de meses de guerrillas
en
una lejana Nicaragua mistérica,
en
que extrañas aves tropicales
le
hablaban de esperanza,
y
en los que tras el ensordecedor
ruido
de las AK-47,
se
unía con Dios
en
el silencio.
Pienso
en sus canas,
forjadas
a fuego por una vida
plena
y luchada,
símbolo
del inexorable
paso
del tiempo
que
avanza irreversible
moldeando
la vida;
en
cómo cada una de ellas
agranda
la p hasta convertirla
en
mayúscula,
y
hasta las autoridades,
con
gran deferencia,
lo
llaman Poeta.
Salgo
emocionado,
pienso
en mi lucha,
tan
distinta a la del siglo pasado.
Me
miro en el espejo, busco canas;
hallo
alguna suelta,
en
la barba, en el pelo…
Y
pienso en todo el camino
que
por recorrer me queda,
y
la ilusión se mezcla
con
una extraña tristeza
de
saber que ese distante aplauso
aún
no me pertenece,
y
que antes de que llegue
tal
vez muera.
Arduo
y silencioso
es
tu camino, poeta,
largo
y solitario,
callado,
mas
no desesperes,
pues
como dijo Ernesto
el
silencio es la unión,
y
bien tú sabes
que
en cada paso,
en
cada verso,
hallas
algo superior,
mejor
aún que el aplauso:
una
honesta realización,
un
saber certero
que
grita desde tu interior.
Escucha
esa voz que no miente
y
que te dice
que
aportas decididamente
a
la colectiva iluminación,
o
en términos pretéritos de Ernesto:
a
la revolución.
A.M.B.
Mayo de 2013
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