martes, 9 de diciembre de 2014

Los Bolsillos de Antoñito


Ilustración de Laufer - Laura Fernández Arquisola



Los bolsillos de Antoñito

         Una peonza, la he pintado de tres colores: marrón, verde y rojo; es precioso verla bailar. Tres canicas: una atigrada de cristal, y dos metálicas. Un tirachinas. Una cajetilla de cerillas, por si hay algo que quemar. Un abejorro enorme, es que me lo encontré y me parece tan bonito, lo he llamado Paco. Un dibujo arrancado de un libro de la biblioteca, sale Pulgarcito, es tan pequeñito y simpático. Cien pesetas, para chucherías. Un coche de juguete, pequeño y rojo. Varias gomas elásticas, nunca se sabe cuándo las vas a necesitar. Una pila usada, ya no le queda energía, pero como se meta conmigo el grandullón abusón ese del patio se la tiro a la cabeza. Un brújula, porque tiene un nombre precioso, brújula, y porque un día de estos me escapo y me voy de aventuras, la necesitaré. Una postal que me envío mi madre desde África, sale un hipopótamo bostezando, es mi animal favorito, ojala hubiese nacido hipopótamo, así podría estar todo el día bañándome. Un lápiz staedler, ya le he sacado tanta punta que se ha quedado cortito, cortito. Un sacapuntas, mucho más bonito que el de mi compañera de pupitre, el suyo es de plástico y el mío de metal. Tenía un bolígrafo pero explotó la tinta y mi madre se enfadó muchísimo al ver mi pantalón, de todas formas no me dejan usarlo en el cole todavía, sólo le dejan a una niña de la clase, tiene muy buena letra. Una cola de lagartija, me costó mucho conseguirla, son muy rápidas y se esconden debajo de las piedras, cuando se la arranqué todavía se movía, fue chulísimo. Un saltamontes al que he llamado Pepito Grillo, ya sé que es un saltamontes y no un grillo, pero es que nunca he visto un grillo, sólo los he oído cantar en las noches de verano, en el jardín de casa de mi abuela. Una lupa pequeñita, por si jugamos a detectives en el patio. Un soldadito de plomo, es muy, muy pequeño, tiene un sombrero muy raro y una escopeta de la que sale una espada. Un llavero que no tiene llaves, siempre pierdo las cosas y mi madre dice que aún soy muy pequeño para tener llaves, da igual, nada de lo que me gusta está encerrado bajo llave. Una pluma verde, de cotorra, me encanta oírlas cantar por la mañana en mi ventana, no se callan nunca, me recuerdan a las niñas de mi clase; cuando jugamos a indios y vaqueros me la pongo en el pelo y hago de piel roja. Una pinza de colgar la ropa pero muy pequeñita, de madera, creo que debe ser como las que utiliza David el Gnomo. Me encantan las cosas pequeñitas, comparado con los de mi clase soy grande, hasta soy el más alto de la clase, pero comparado con los mayores soy muy pequeño, mi padre es tan alto que llega hasta el cielo, las cosas pequeñitas parecen hechas para nosotros, los niños. Una caja metálica de caramelos, dentro llevo chinchetas, y si alguien me chincha tengo un plan buenísimo, cuando no miren se las pongo en la silla y al sentarse se las clavarán en el culete; me hacen mucha gracia ese tipo de bromas. Una moneda egipcia que me regaló mi padre, por si cuando por fin me vaya de aventuras me apetece ir a ver las pirámides, y la tumba de Tutankamon. Me encanta ese nombre, Tutankamon, Tutankamon, Tutankamon, a veces me paso ratos larguísimos diciéndolo en mi cabeza, sobre todo en clase de matemáticas. Todos estos tesoros llevo siempre en mis bolsillos, por suerte tengo cinturón porque si no se me caerían los pantalones. Y mi madre me dice, “Antoñito, ¿pero se puede saber qué llevas en los bolsillos que están tan llenos? Y yo le respondo “mis cosas”, y me hago el misterioso, no quiero que se entere de mi plan de irme de aventuras por el mundo, creo que se pondría muy triste. He pensado en la palabra bolsillo, es como los bolsos de los mayores pero en pequeñillo. Como yo que aún no soy un chico, soy un chiquillo.



A.M.B
Marzo de 2013


sábado, 22 de noviembre de 2014

A Mariana




A Mariana

Te apagaste como se apagan las estrellas del cielo
que durante muchas vidas nunca dejan de brillar,
y en las oscuras noches sin luna de nuestras almas
iluminan al intrépido peregrino en su caminar.

Te apagaste, y una densa y negra capa cayó en la ciudad,
corriendo un tupido y pesado velo, imposible de atravesar.
¿Imposible de atravesar? Imposible tal vez, sin el recuerdo
de la luz de tu mirada que desde el cielo lo va a desterrar.

Tu sacrificio, demasiado temprano, gravita por el sinsentido,
forzándonos a asomarnos al abismo donde habita la nada,
para después, con la simple reminiscencia de tu sonrisa
regalarnos el creer, el amar con fuerza y fe renovada.

No, no fue en vano. No fueron en vano tu vida ni tu muerte.
Tu vida fue nuestra dicha, tu gracia nuestro presente.
Tu muerte es terrible dádiva envuelta en desolación,
legado del amor permanente, del vino más amargo libación.


 A.M.B.
Noviembre de 2014

jueves, 4 de septiembre de 2014

Horizontes encontrados



Horizontes encontrados

Amplios y definidos horizontes
cabalgados por nuestras miradas
en un movimiento continuo
cargado de magnetismo
del uno hacia la otra
de la otra hacia el uno
hasta encontrarnos frente a frente
respirando el mismo aire compartido
penetrándonos profundamente
mezclamos olores sudores y lágrimas
disolviéndonos poco a poco
y yo dejo de ser tú
y tú dejas de ser yo
tan sólo queda el mar y el cielo




A.M.B.
Septiembre de 2014


martes, 3 de junio de 2014

Tarde soleada en el balcón



Tarde soleada en el balcón

El leve sonido de unos pedales que comienzan a oxidarse. Una distante conversación entre un grupo de ancianos sentados en un banco. Una niña pidiéndole un helado a su madre para merendar. El canto de unas cotorras en los plátanos del parque.
De repente un claxon.
Una ruidosa motocicleta de pequeña cilindrada ruje a lo lejos. Las ruedas de un carrito de la compra repiqueteando en las baldosas de la acera, persiguiendo a una señora gorda y teñida de rubio. El bastón de madera de un decoroso señor mayor con sombrero, traje gris y maletín, golpea el suelo a cada paso. El carraspeo del girar de una rueda de un mechero cuya llama calienta una piedra de costo que se quieren fumar dos macarras.
Pían los gorriones y zurea un palomo solitario.
Cruza un sonoro monopatín, sobre el que se desliza ágilmente un aún más sonoro adolescente con pinta de estar enfadado con el mundo. La brisa mueve las hojas de la libreta que rompe en tímido aplauso. Entra la primera en una motocicleta deportiva a la que acaba de subirse, de paquete, una rubia delgada. Llega el tren tracateando, siempre tan provocador. Por un rato, el rumor de su motor en punto muerto inunda el ambiente, no se oye nada más. Por fin se va, vacio, y suena la inocente voz de un niño con gorrita roja que monta una diminuta bicicleta naranja. Los tacones de una exuberante morena, con minifalda y pintoresco peinado, anuncian su llegada. Las tres ruedas de un patinete rosa vibran contra el carril bici camino del parque. Chirrían ocultos los frenos de un coche. El sonido mordido de un sombrero blanco al caer bocabajo; se le ha volado de la cabeza a una joven. Un simpático perro, tan cansado como su amo, ladra sin ganas al otro lado de las vías, una sola vez. Sisean los álamos mecidos por el viento en la Alamedilla.
La pluma rasga el papel con sonido de piedra afilando un cuchillo. Por un instante se oye hasta la música que la tierra produce al girar sobre sí misma.
Una tarde soleada, en el balcón del 7ª-A de la Avenida Campoamor.




A.M.B.
Junio de 2014