martes, 18 de junio de 2013

A.M.B. a Petrarca, salud.





“Del dulce tiempo la edad primera,
que vio nacer entonces siendo hierba
aquel para mi mal fiero deseo,
porque el dolor cantando disminuye,
cantaré la manera en que era libre,
mientras Amor en mí no se albergaba.
Diré después como llegó a enojarse
conmigo en demasía, y como ejemplo
por esta causa para muchos soy;
si bien mi duro estrago
escrito está, tanto que plumas miles
se cansaron, y casi en todo el valle
retumba el son de mis suspiros hondos
que pruebas dan de mi penosa vida.
Y si aquí la memoria no me ayuda
como suele, la excusen los martirios,
y un pensamiento que tan sólo angustia
le da, tal que a cualquiera las espaldas
hace volver, y a mí de mí olvidarme,
pues tiene mi interior y yo lo externo.

Desde aquel día del primer asalto,
digo que muchos años han pasado,
pues entonces dejaba de ser joven;
y al corazón helados pensamientos,
le hicieron durísimo diamante
que ablandar no podía el cruel afecto.
No me bañaban lágrimas el pecho
ni el sueño me quitaban, y milagro
me parecía en otros mi carencia.
Triste, ¿qué soy?, ¿qué he sido?
La vida el fin, la noche alaba el día.
Porque sintiendo el cruel de quien me ocupo
que hasta entonces el golpe de su flecha
no traspasaba más que los vestidos,
llamó en su ayuda a una mujer hermosa,
delante de la cual de poco sirve
pedir perdón, tener ingenio o fuerza;
los dos en lo que soy me transformaron,
volviéndome de un hombre un laurel verde,
que no pierde sus hojas con los fríos. (…)”

C XXIII, Petrarca


A.M.B. a Petrarca, salud.
                  
         Han pasado seiscientos treinta y ocho años desde tu muerte, y estás más vivo de lo que nunca lo estuviste en vida. El tiempo, en su pasó inexorable, en su eterno movimiento, ha ido dando brillo a tú figura, solidificándola. Pasaste toda tu vida luchando por trascender, forjando una imagen propia para la posteridad que nunca parecía acabada, es bien sabido que escribiste y estudiaste hasta el último día de tu vida, y aún así sólo el tiempo, al que tanto temías, ha sido capaz de terminar tú obra por ti.
         Te admiro Francesco, y no sólo por tú talento indudable, o por tu obra, o por lo que significas para la historia de la literatura, sino por como lo hiciste, por tu determinación de formar parte de aquello que amabas. Nunca te conformaste con ser un poeta más, tu ambición no tuvo límites y no te contentaste con redescubrir a los clásicos, estudiarlos e imitarlos, quisiste superarlos, trascenderlos, y hoy, siete siglos después, en retrospectiva te aseguro que lo hiciste.
         Soy consciente de que toda tu obra formaba parte de un plan perfectamente trazado. Cada uno de tus escritos, en especial en latín, era un golpe de cincel que golpeaba el mármol tallando un busto imponente, de corte clásico, mirada altiva y coronado de laurel. Mucho se ha discutido sobre tu epístola a Dioniso de San Sepulcro -curiosamente el mismo que te regalo las Confesiones de San Agustín- en la que hablabas de tu ascenso al Mont Ventoux con tu hermano Gerardo. Algunos te han llamado por ella el primer alpinista, yo sin embargo, creo que fue una ficción literaria, una hermosa metáfora que retrata las inquietudes espirituales de un hombre que siempre fue honesto para consigo mismo. Creemos que a pesar de que la dataste en 1336 fue escrita en 1353, casi veinte años después. No importa, como tú bien sabías la literatura es aquello que te guía hacia la verdad a través de una mentira. Cómo describirte mi emoción al leer que al llegar a la cumbre el azar quiso que abrieras las Confesiones y te encontraras ese pasaje del libro X: “Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos”. Es cierto que tu hermano Gerardo, monje cartujo, escogió un camino más directo a la cima, es cierto que cuando uno escala una montaña debe siempre escoger el camino más empinado, el más directo a la cima. Sin embargo, el hecho de que tú no lo hicieras, que escogieras caminos alternativos que de repente bajaban alargando tu ascenso, sólo te hace más humano. Yo también me declaro ferviente admirador de San Agustín, y es precisamente eso, su faceta más humana, la que lo convierte en un personaje absolutamente irresistible. Las Confesiones, que describiste como una obra de infinita dulzura, es un libro inimitable por su desnudez, su brutal honestidad, por el deseo de un hombre brillante por encontrar la verdad, y en ella la virtud; son el retrato de un ser humano que aspira a ser la mejor versión de sí mismo posible. Ese mismo aroma desprenden muchas de tus obras, y de hecho, a día de hoy, es lo que más se admira de ti: tu humanidad.
         Tu obra en latín tuvo mucha trascendencia en los siglos siguientes a tu muerte. Gracias a tu labor cambió la relación de los hombres con el pasado clásico, primero en Italia, y después en toda Europa. Surgió un movimiento llamado el humanismo del que muchos historiadores dicen que eres su primer exponente. Gracias a ti nos han llegado obras de Cicerón que creíamos perdidas. A veces es necesario volver la vista atrás para poder avanzar hacia delante, y en los siglos XV y XVI eso fue lo que se hizo, se volvió la vista hacia el esplendor del pasado clásico para imitarlo y que la humanidad lograse salir del oscurantismo medieval. No obstante, exceptuando muy honrosas excepciones, se limitaron a imitar, sin la ambición necesaria, que tú sí poseías, de trascender ese pasado glorioso.
         Ha llegado el momento de hablar de ironías. Es irónico que tus “Rerum vulgarium fragmenta”, que infravaloraste tanto, sean a día de hoy, lo más leído de tu extensa obra. Y es que en ellos fue realmente dónde fuiste pionero, te adelantaste a tus contemporáneos en varios siglos, sin ni tan siquiera darte cuenta, ellos son la cima de tu obra. Por un lado porque el latín murió definitivamente unos siglos después de tu muerte, y las lenguas vernáculas, o vulgares, como tú las llamarías, se instalaron en toda Europa, dejando una Europa tal vez más fragmentada pero mucho más rica culturalmente. De cada una de esas lenguas vulgares ha nacido una literatura rica y eterna. Te complacerá saber que el italiano moderno, está basado en los escritos que dejasteis tanto tú, como tu amigo Boecio y tu admirado Dante. Sin embargo, lo más importante del Cancionero, así es como lo hemos llamado con el tiempo, es su subjetividad, su humanidad. Son una expresión íntima y honesta de los atormentados sentimientos de un hombre absolutamente creíble. Su sentimiento amoroso, sus ambiciones literarias, sus más profundos deseos y anhelos expresados en un lenguaje sublime. Si las Confesiones son una declaración de amor del de Hipona a Dios, tú cancionero es una declaración de amor hacia un ideal, el Amor.
         Vivimos en una época en la que se considera a la poesía como una ficción. Muchos son los que creen que tu Laura no es más que una invención, tratando el amor cortes como un recurso retórico. Para empezar te diré que tus canciones superan el amor cortes, describen un ideal de mujer etéreo pero a la vez de carne y hueso, por la que el poeta, y no el caballero, acaba siendo coronado. Es muy significativo el poema en que tras ser alcanzado por una flecha del travieso Amor, te conviertes en laurel; tiene algo de profético, como lo tiene toda la buena y verdadera poesía. Fuiste coronado en Roma, cuando aún eras joven, pero como intuiste en tu poema, tal vez de forma inconsciente, Laura te convirtió en laurel. Han sido tantos los poetas que te han imitado y emulado tras leerte, tu aportación a la lírica europea ha sido mayúscula, aún a día de hoy el aroma de Petrarca sigue desprendiéndose de miles de encendidos versos de amor escritos en occidente.
         Es cuanto menos curioso que se llamase Laura, y que la conocieses en viernes santo, y muriese justo veinte años después. Y la guinda del pastel es que llegasen a ti las Confesiones justo diez años entre medio. Por todo ello mucha gente ha creído que se trata de una ficción. Yo me opongo a esa teoría, creo que tus versos son honestos, a menudo he sentido tu turbación y tu dolor, a menudo he sentido tu lucha interna por crecer espiritualmente. Sin embargo, a lo largo de toda tu vida, que tan bien documentada nos dejaste, es difícil distinguir la literatura de la historia, y ese es tu mayor logro, que conseguiste vivir en la poesía, ideal de todo joven poeta. Tal vez Laura no se llamase Laura, tal vez la conocieras en otro momento, tal vez fuera morena y no rubia… ¿Qué más da? Tu forma de vida la hace más real que aquella de la que tal vez tan solo cazaste un furtivo reflejo, suficiente para cautivarte una vida entera. No tenemos la certeza de que Homero existió, pero Ulises sigue vivo entre nosotros, tú fuiste consciente de ello, y por ello trabajaste tan minuciosamente en tu obra, en ordenarla, en proyectar la imagen que deseabas. Porque entendiste que si algo podía desafiar el paso del tiempo, si algo podía vencer a la nada, debía nacer de tu pluma, noble, con sangre azul derramada en feroces luchas contra el papel en blanco.
         ¿Qué podemos amar los poetas más allá del ideal? ¿Cómo amar la carne que sabemos que un día se marchitará? Tu Laura es eterna, la mujer que tan fuerte impresión causó en ti murió hace siete siglos.
         A pesar de vivir constantemente con la mirada vuelta al pasado, lo más característico de tu vida fue la capacidad para ser pionero en tantas cosas, para adelantarte a tú tiempo. Tú necesidad continua de viajar te convierte en un sujeto moderno, que supera el Medievo, que entiende que el mundo se compone de hombres con rostro y nombre, que escriben su propia historia. Son tantas las inquietudes que contigo comparto, desde la búsqueda de la vita beata, tan horaciana y por otro lado tan actual, hasta la necesidad de movimiento. Ambos símbolos de un alma inquieta que por un lado huye del vicio humano y terrenal, y por otro lado, intrínsecamente unido, busca la virtud espiritual, igual que lo hizo San Agustín, igual que lo haría Montaigne siglos después. En los pocos fragmentos que he leído del Secretum he descubierto a un san Agustín que es la viva voz de tu conciencia, y hay en tu pugna interna algo muy real, intenso y esencial, algo que tiene un valor muy superior a la ficción en la que tanta gente se fija. Y es que la Verdad, como diría el de Hipona, es un sentimiento. Él fue el primero en superar a los griegos en este aspecto, a través de la filosofía, y tú el primero en hacerlo a través de la poesía.
         La eternidad, Franceso, te contempla laureado, tal y como a ti te hubiera gustado. Conseguiste lo que siempre te habías propuesto, ser ese enano a hombros de gigantes, que a pesar de su ínfimo tamaño y fragilidad, por el sólo hecho de subirse a sus hombros, los supera y los trasciende. Por ello sólo me queda decirte: descansa en paz amigo mío.
        
Con amor, siempre con Amor,




A.M.B.
Junio de 2013

                        
        


viernes, 7 de junio de 2013

Un día de esos





Un día de esos

Hoy siento que mi vida
es como el cigarrillo
que se consume en el cenicero,
apoyado en una montaña de colillas
ya consumidas,
en una duna de ceniza gris,
ardiendo lentamente
hacia su destino inevitable.


A.M.B.
Junio de 2013