Acto III
Arturo sentado
solo en la terraza apura el final de una copa, ya notablemente embriagado.
Arturo: ¿Quién coño
se han creído que son? Reírse de mí, de mí. Soy un gran escritor, no es culpa
mía que las editoriales no sepan verlo. Pero se lo demostraré, todos alabarán
mi talento. (Sale)
Llegan
Mila, Adri, Bibi y Enrique, charlando animosamente.
Adri: ¡Pero qué
maravilla! Qué bonita la romería, con toda la gente vestida tan guapa y los caballos tan briosos, y qué
gallardo estabas cabalgando Enrique, parecías un príncipe. Pero lo más bonito
de todo, lo más bonito, la Virgen, revestida de flores.
Bibi: Qué mona es
mi niña, que se emociona con cualquier cosa. Aunque he de reconocer que sí que
tiene un valor estético notable, he sacado un montón de fotos.
Mila: Sí, yo ya he
colgado un par en Facebook y ya tienen muchísimos “me gusta”. Aunque
personalmente me parece todo muy barroco, a mí me va mucho más el rollo minimalista.
Adri: Desde luego
Enrique, con lo guapo que estabas y no has querido salir en ninguna foto.
Enrique: No me gustan
las fotos en las que puedo verme inmediatamente, le hacen perder toda la magia.
Mila: Vaya
pantomima romántica. Es mucho más práctico, así puedes ver si te han salido
bien, o no, y entonces repetirla y borrar la anterior. Además te caben muchas
más y no ocupan espacio.
Enrique: Sí, dentro
de poco todo será digital, iremos a la romería virtualmente. ¿Has pensado
alguna vez en las miles de fotos que se sacan cada día y las pocas que llegan a
convertirse en papel? Ahora los objetos que manejamos ni siquiera son reales.
Bibi: Cómo que no
son reales, mi i-phone es muy real, además los pensamientos tampoco son físicos,
y existen.
Enrique: Por reales
no me refiero a que no existan, sino a que no los puedes tocar. Antes un libro
tenía olor, un disco pesaba, el carrete de la cámara se impregnaba de la luz.
Vivimos posiblemente en la época más materialista de la historia, y
paradójicamente todo se desmaterializa.
Adri: ¡Pero dónde
se habrán metido Blanquita y Arturo! A ver si va a surgir un romance entre
ellos.
Bibi: Pues no la
habrá conquistado hablando… Además, yo creo que le gusta más ésta (refiriéndose a Mila).
Mila: Qué horror,
con lo plomo que es. Además, entre nosotros, le va fatal, desde que le
publicaron su primera novela no ha vuelto a publicar nada. Ya ni siquiera
escribe en esa revista pretenciosa en la que lo hacía.
Bibi: Pues para
haber tenido tan poco éxito se las da gran poeta.
Adri: Con lo bien
que habla y cuenta historias seguro que le vuelve a ir bien, ya veréis.
Entra
Arturo tarareando.
Adri: Arturo,
¿dónde te habías metido?
Arturo: En mi propia
romería, lejos de las raposas y de la rapiña, con mi fiel y verdadera amiga, la
botella. Para esta romería no hace falta esperar a primavera, sólo ir en
peregrinación hasta el siguiente bar. (Gritando)
¡Eleuterio, otra copa!
Adri: Estábamos
preocupados por ti, ¿has visto a Blanquita?
Arturo: No, y no me
importa. Se habrá ido a buscar a otro filólogo que la pasee.
Enrique: Será mejor
que te calmes, tal vez hayas bebido demasiado.
Arturo: ¡Ja! claro.
De excesos me va a hablar el hombre mesurado. Tú nunca has sabido divertirte. Siempre
has sido más soso y más serio... Lo único que haces es trabajar, y trabajar.
Mila: Él por lo
menos hace algo de verdad, y no (con inquina) vive del cuento.
Adri: Va chicos,
calmaos un poco, que estáis muy nerviosos.
Arturo: Y me vais a
venir vosotros, fantoches banales, a decirme a mí cómo tengo que vivir, que
pasáis por las cosas de puntillas, que sólo acumuláis poder para tener más
poder y explotar a la gente que trabaja para vosotros.
Mila: No, si al
final será comunista y todo.
Bibi: Eso es muy
de poeta.
Entra
Eleuterio y cuando se dispone a darle la copa a Arturo éste da un manotazo y la
tira.
Enrique: ¡Arturo!
Bibi: ¡Ay qué
horror!
Enrique: Te ruego que
te tranquilices de una vez por todas. Es mi última advertencia.
Arturo: ¿Qué, me vas
a pegar? Jajajaja (ríe desaforadamente),
ya es lo último que faltaría, después de golpearme con vuestro desdén durante
años que remataras la faena representándola de verdad. ¡Atención, pasen y vean!
Se acerca el clímax de la función, pero no podemos prometerles que no termine
en tragedia.
Enrique: Nadie te
desprecia, Arturo. Al menos nadie más que tú mismo.
Arturo: Ah, ¿y
Eduardo y tú no me despreciabais? Siempre era la pieza sobrante en vuestro
magnífico binomio. Tan equilibrado, tan luminoso. Para vosotros nunca estaba a
vuestra altura. Y Blanca, la inmaculada e inocente Blanca, tan pura, tan
alegre; a ella sí que le hicisteis sitio.
Enrique: Es una
cobardía meterse con los ausentes. No tienes derecho a hablarnos así. Nosotros
siempre velamos por ti, aun cuando tú demostrabas ser egoísta y mezquino. Pero
en el fondo creíamos en ti, sabíamos que ahí adentro en alguna parte, se
escondía un niño temeroso que sólo deseaba salir al mundo para que le quisieran,
pero no por lo que él era en realidad, sino por lo que podía hacer. Buscaste
desesperadamente la admiración, porque la confundiste con el cariño, y
fabricaste tu propia cárcel de frustraciones, en la que ahora te encuentras.
Arturo: ¡A vosotros
nunca os importé! Ni siquiera a ese puto viejo del alfarero, que durante todo
este tiempo creí que había sido la única persona en mi vida que se había
acercado a mí de verdad, que había visto en mí lo que de verdad soy. Pero ahora
vuelvo y me encuentro con ese maldito busto, ese único rostro que se le iba a
quedar en la memoria… ¡Y es el de Eduardo! ¡El del maldito Eduardo! Un tío que,
sin estar siquiera aquí, es más importante que yo.
Enrique: El viejo te
quería de verdad Arturo, como nosotros, de corazón.
Arturo (se queda perplejo unos momentos y estalla en
una negra carcajada): Jajajajajaja ¡De corazón! ¡De corazón! Veremos cómo
se le queda el corazón cuando lo que más ama quede hecho pedazos. (Sale)
Mila: ¡Qué mal
gusto por Dios! Aunque se veía venir, siempre tuvo algo turbio en la mirada.
Bibi: Tal vez le
sentó mal que nos riéramos de su discurso, pero es que fue super cómico. Se toma a sí mismo demasiado en serio, les pasa a muchos
de los artistas con los que trabajo, aunque esos por lo menos venden.
Adri: No seáis
malas chicas.
Bibi: Además, todo
eso que sabe y que le hace parecer tan pedante, le sería muy útil para ser
profesor, pero para una disciplina artística… Hoy en día, necesitas recursos
más impactantes para llegar al espectador. La literatura de siempre se ha
quedado desfasada.
Mila: Ya ves tú,
como si yo tuviera tiempo de andar leyendo, con todas las cosas que tengo que
hacer. Estoy siempre superbusy.
Bibi: No entiendo
a estos luchadores de las causas perdidas.
Mila: Está claro
que lo utilizan como excusa para el fracaso. Lo dicho, con aires de mártir,
pero nacido para fracasar.
Enrique (gritando): ¡Ya está bien! (se agitan y quedan perplejas ante la
reacción) Os sentáis aquí con vuestras palabras vacías y vuestros frívolos
prejuicios, y creéis que podéis reducir a un ser humano a una burda caricatura
al servicio de vuestro ego.
Enrique: Lo que acaba
de suceder ante vuestros ojos es un retrato del dolor, de la desesperación, y
vosotras sólo alcanzáis a ver un chiste sin gracia.
Mila: Sin gracia
no, porque mira que nos hemos reído. ¿Eh Bibi?
Enrique: Sí, esa es
la pose de este siglo; la risa, la mofa, la burla feroz. Nos reímos de todo
porque nada es importante, porque todo es una gran broma, en la que lo único
que podemos hacer es reír, reír hasta ahogarnos en el sinsentido de nuestra
risa ¡La carcajada de la Nada resuena en
nuestras conciencias!
Mila: Me
sorprendes Enrique, si a ti te va todo fenomenal, no necesitas caer en estos
discursos fatalistas de idealismos trasnochados. Tú eres mucho más sensato que
todo eso.
Enrique: Tú crees eso
porque sólo ves al hombre que ha sacado una empresa adelante, el que salía en
la foto del artículo de “Expansión”. Pero no es en esa estampa en la que yo me
ubico a mí mismo, no es ése el hombre que quiero ser. Tú ves lo que llamas “mi
éxito” y no te has preguntado por qué he querido llegar hasta allí.
Mila: ¿Y qué razón
vas a tener sino la que tiene todo el mundo?
Enrique: Si quieres
conocer mis razones, si quieres saber quién soy, no pienses en el personaje de
la foto, en el joven emprendedor que se codea con las élites económicas y
políticas. No. Piensa en aquel niño que correteaba por estos rincones con sus
amigos queridos, a lomos de la alegría, la inocencia y la ilusión, y los sueños
se traducían en hermosos versos, y los versos alimentaban de nuevo a los
sueños.
Mila: En la
adolescencia todo el mundo quiere ser poeta, pero luego se madura. Lo admirable
en ti es que supiste dejar todas esas cosas atrás, y te hiciste un hombre de
provecho. Y sin la ayuda de tu padre.
Adri: ¿Y entonces
por qué no lo hiciste?, con lo bonito que suena.
Mila: No te hacía
tan idealista, yo no creo que un individuo solo pueda tener peso en la
sociedad, por eso es todo el mundo tan egoísta, y por eso lo soy yo, y no me
avergüenzo de admitirlo. Nos hacen creer que importamos, que tenemos algo que
decidir con nuestros votos, pero al final, como siempre, los que mandan son
unos pocos.
A
mitad del discurso de Enrique se ilumina la parte de la escena en la que se
encuentra el taller del alfarero y entra Arturo. Coge el mazo de encima de la
mesa y se dirige hacia donde se encuentra el busto, justo tras la última frase
se escucha el sonido de algo rompiéndose. Sale Arturo corriendo con el mazo en
la mano. Vuelve a apagarse la parte de la escena del taller.
Entra Blanca.
Adri (corriendo hacia Blanca): Ay Blanquita,
cuánto drama, menos mal que apareces.
Blanca: ¿Por qué,
qué pasa?
Adri (tras un silencio): Arturo… Enrique… Y
tú, ¿dónde te habías metido, por qué no has venido a la romería?
Blanca: Estaba en
otro lugar. Un lugar al que necesitaba ir.
Adri: Pero
habíamos vuelto aquí para la romería, ¿tan importante era que no podía esperar?
Blanca: El Tiempo no
espera.
Bibi: Pues te has
perdido un pifostio…
Mila: Ya sabía yo
que esto de las reuniones con amigos de la infancia…
Adri: Bueno, por
lo menos nos hemos vuelto a ver.
Enrique
cae en una silla visiblemente agotado, cubriéndose la frente con una mano.
Blanca (yendo hacia él): Enrique, ¿qué te
ocurre?
Enrique
levanta la mirada hacia ella, pero vuelve a cubrirse la frente con la mano.
Adri: Pobre
Enrique, ha hecho un gran esfuerzo.
Blanca: Sí, ya veo
que está agotado. Lleva mucho tiempo cargando él solo con un peso que no sólo a
él le corresponde. Lo veo en las arrugas de su mirada.
Adri: Ha dicho
unas cosas preciosas, ojalá las hubieras oído Blanquita.
Blanca (sonriendo): De la abundancia del
corazón, habla la voz.
Enrique
levanta la mirada hacia Blanca con complicidad y gratitud.
Entra Arturo
desquiciado, riendo como un poseso y con el mazo en la mano.
Arturo: Vaya, pero
si estamos aquí todos reunidos, los de siempre, aunque bueno, hemos cambiado al
filólogo por la bollera. ¿Sabéis de dónde vengo? ¿Lo sabéis?
Blanca: Déjame
adivinar, de hacerte más daño.
Arturo: A mí no
Blanquita, a mí no. He ido al taller del alfarero, y lo he matado, con este
mismo mazo que aún sostengo entre mis manos.
Blanca: ¿Qué has
hecho Arturo?
Arturo: He entrado y
he ido directo a por él, ahí estaba, bajo la sábana, la he arrancado de un
tirón y me he vuelto a encontrar su mirada altiva, mirándome con el mismo
desdén con el que lo había hecho siempre, con esos ojitos que tan loca te
tenían. Entonces volví a ver ese corazón, tan vulnerable, tan frágil, tan
expuesto… ¡Y lo machaqué, lo machaqué y lo hice añicos! Y ahora, cuando ese
viejo vea que la obra de su vida se ha quedado sin su centro esencial, se
arrepentirá de haber tenido la arrogancia de haberla creado.
Entra
Eleuterio muy alterado.
Eleuterio: ¡Ay, qué
desgracia!, qué desgracia más grande, un tragedia, una tragedia.
Blanca: ¿Qué sucede Eleuterio?
Está usted muy alterado.
Eleuterio: ¡El alfarero!
Lo acaban de encontrar en el prado detrás de la iglesia, el de las amapolas; le
ha dado un ataque al corazón. Está muerto ¡Muerto!
Todos
quedan conmocionados, Adri se abalanza sobre el regazo de Bibi, Mila desvía la
mirada, Enrique petrificado, y Arturo cae de rodillas.
Blanca: Amapola,
sangre de la tierra.
Fin del Acto
III
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